“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” (Albert Einstein)
José Guadalupe Isabeles Martínez
Ante lo que bien puede catalogarse como la más grande depresión en la historia, la ocasionada por la avaricia de los hombres de negocios en Wall Street, que no ha parado desde 2008 de costar pérdida de empleos, ahorros, cierre de negocios, fuga de capitales, entre otras severas consecuencias; en México así como en otras partes del orbe, cada día parecen ser más los sin empleo, sin trabajo y sin futuro (SETF).
Ya en España se gesta lo que parece ser la revolución social española, que vale decir no está siendo producto de redes sociales como Twitter o Facebook, sino del malestar de la propia población. Internet y todo su arsenal han contribuido a las movilizaciones, indudablemente, pero nos equivocamos al decir que las redes virtuales han derrocado gobiernos. Siendo esto falso, debemos reconocer que asistimos al cambio de una época, quizá a un nuevo renacimiento. Podemos apreciar los acontecimientos como el inicio de una ola de transformaciones profundas por todo el planeta.
Para muchos, es contundente que la humanidad ya experimentó entre tener: 1) un modelo de crecimiento y desarrollo basado en el capitalismo liberal, y por otro lado 2) un modelo basado en el burocratismo centralizado, como asegura el argentino Gustavo Gabriel Poratti en su libro El shock del siglo XXI (2010). Esto nos remite a la etapa de la Guerra Fría, donde Estados Unidos ya practicaba un capitalismo liberal y la extinta Unión Soviética ejercía un modelo burocrático centralizado. Triunfó el primer modelo, que garantizaba las libertades que el segundo reprimía.
Sin embargo, el modelo capitalista y liberal se ha perfeccionado hasta presentar una libertad irrestricta: la del mercado. Se ha encumbrado al mercado como la solución a todos los males; la mano invisible de Adam Smith que se encargaría de regular las externalidades negativas no se hizo presente para el bienestar público-social sino para el bienestar privado. El Estado nacional se achicó en aras de la supervivencia y fortaleza del modelo de libre mercado, al que hoy se hace mención como neoliberalismo. Dicha libertad ha sido absoluta para el mercado, por el contrario el Estado no solo se ha ausentado, sino que se ha visto atado de pies y manos. Se ha convertido en un mero espectador, y en el mejor de los casos con derecho a voz pero no a voto.
Es Poratti quien asegura que el otorgamiento de libertades debe ser como la aplicación de una dosis, habrá que cuidar la cantidad del ingrediente que se utiliza. Nunca muy poco, nunca demasiado. Lo mismo sucede en cuanto la participación del Estado: nunca una participación tan pobre o casi nula, mas tampoco un involucramiento tan acentuado. Hablamos así de intervención y no intervención. La doctrina neoliberal de “menos Estado más mercado” ha fallado, habiéndose esparcido por el mundo no ha logrado justificar su máxima. Ambos factores –Estado y mercado- han de balancearse en su justa medida, trascender a un escenario donde coexista la competencia y libertades, pero a la vez donde la mano del Estado regule las iniquidades.
A lo que se ha orillado a América Latina en especial, es a la apertura social de nuevas formas de gobierno: Hugo Chávez, en Venezuela; Rafael Correa, en Ecuador; Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil; Evo Morales, en Bolivia; entre otros dirigentes nacionales que han sido capaces de afrontar el desafío de ir contra los designios del consenso de Washington y su decálogo de privatizaciones, liberalización de sus mercados, desregulación, etc. Por el contrario, están tratando de proteger sus economías y fortalecer sus mercados internos en beneficio de los suyos. Venezuela por ejemplo, ha dejado de ser importadora de maíz, ahora lo producen ellos mismos.
Ante más de 12.5 millones de mexicanos viviendo en la economía informal, sin garantías sociales del Estado, donde aproximadamente la mitad de la población no tiene acceso a una alimentación digna, vivienda, educación, ni salud, lo que se ha sembrado es la semilla de la desesperanza, pero a la vez la semilla de la transformación –algo tiene que cambiar por el bienestar y viabilidad de la Unión, porque ¿hacia dónde nos dirigimos inevitablemente?
México país se ha convertido en un país de mercado, que flexibiliza las normas laborales para que las empresas -sean nacionales o extranjeras- actúen a su libre albedrío y abusen de empleados y trabajadores. Donde la gente mantenía trabajos de planta ahora les imponen contratos laborales; donde tenían ciertas prestaciones ahora se las reducen o de plano se las quitan; donde antes el ambiente de trabajo era agradable, ahora se ha vuelto hostil y se ha introducido un sistema de vigilancia extrema para explotar al empleado. Así se habla de “competitividad” y “productividad”, pero ¿a costa de qué? ¿De un empleado y ser humano desmoralizado, sin alma e infeliz?
Aunque el término “interventor” suena un tanto fuerte para algunos, es decir que se le ve en un extremo de la línea y muy alejado del mercado, no es precisamente lo que aquí se desea transmitir. Tal vez la mejor palabra hubiera sido “regulador”, lo que se lee más suave. Empero el regreso del Estado es inminente por doquier, y se ha hecho necesaria su participación más activa para regular y limpiar al mercado de sus propios males, pues el mercado no ha querido sanearse a sí mismo. En nuestro caso, el PAN no es opción de ese Estado interventor, las esperanzas de millones (por obvias razones) tampoco están fincadas en que el PRI lo sea, la opción sería confiar en una izquierda nacional cohesionada. El Estado es el único que puede hacerlo considerando las dimensiones de la problemática, como lo demostró Lázaro Cárdenas del Río.
La visión aquí planteada se presenta como un equilibrio entre Estado y mercado, como una nueva relación que desbarate la desigualdad (entre otras muchas cosas) que en México tiene al 10 por ciento más rico, como poseedor de más del 40 por ciento de la riqueza nacional (riqueza extrema); y al 10 por ciento más pobre que apenas y goza del poseer 1.6 por ciento de esa riqueza (pobreza extrema), según datos de la OCDE. Está claro que el mercado no ha podido regular, en el caso particular, esta desigualdad, en tanto las empresas privadas se encargan de maximizar ganancias, solo de eso; y es el Estado quien debe garantizar un Estado de Bienestar para todos.
PD. Bastaría con ver el filme Inside Job así como Wall Street (1987 y 2010), éstas últimas de Oliver Stone, para comprender un poco sobre cómo un montón de avaros juegan con los dineros del mundo.
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