Se paró frente al espejo y se miró, despeinado y adormilado aún, comenzó a limpiarse las lagañas que traía pegadas. Era el comienzo de una nueva etapa en el devenir de la pequeña ciudad. Las pequeñas conciencias de los niños y niñas llevaban consigo, aunque muchos sin saberlo, grandes sueños y esperanzas de lo que mañana se convertiría en un eterno manantial de realidades. Las mentes recalcitrantes ya no importaban.
Salió de su casa y abordó el autobús escolar, por primera vez no le cobraron el tostón de siempre, pensó en guardarlo para comer, “no, mejor no, a partir de hoy lo ahorraré”, se dijo en voz alta con su tierna voz de niño. Miraba por la ventanilla mientras su respiración manchaba el cristal, rápidamente le limpiaba y seguía mirando. “Nada ha cambiado en el pueblo desde el otro siglo, hijito”, solía mencionarle su padre. Él se preguntaba por qué aún la pequeña ciudad era la misma, “¿por qué papá?, ¿por qué no mejora?”. El silencio arbitraba la noche.
A su corta edad, razonaba muy bien las cosas que acontecían en su pequeño entorno. Comúnmente se quejaba de sus maestros, que lo único que le enseñaban era repetir y aprenderse de memoria las cosas. “Eso no sirve”, decía. A algunos docentes les había dejado de decir aquello hasta que se hartó de los castigos. “No más”, se prometió. Varios maestros se encabritaban porque el niño sencillamente no decía ni escribía lo que ellos querían oír o leer en los exámenes.
Ese día como todos, saludaba en el viejo portón al barrendero, convertido ya en confidente y mentor de la criatura. “Es un buen chico, con buenas e ilustres intenciones, nomás que le falta crecer”. El niño le contaba de sus grandes ilusiones. “Si mi ciudad tuviera pequeñas bibliotecas, una en cada barrio, donde cualquiera pudiera entrar a leer sin pagar ni un centavo, ¿se imagina?”, - claro -, decía el viejo, - es posible -.
Su contemplativa mirada ya no veía lo que veía, en cada ojo se retrataban aquellas grandes obras que el niño en vida emprendería. Un día pasó frente al Ayuntamiento, pero lo que vio fue un hermoso edificio convertido en museo y centro de exposición de artes. Otro día cruzó el Cine Edén y no observó las ruinas, sino un inmueble totalmente restaurado y convertido en centro de convenciones y sala cultural de cine.
Otro de tantos, al pedalear su rechinante bicicleta por 16 de Septiembre, frenó estrepitosamente, lo que miró no podía ser: “Casa de Lenguas”, un sitio donde se instruía a niños y niñas para que aprendiesen otros idiomas. Nadie cobraba nada, mas los niños estaban obligados a llevar desde un peso, hasta un suéter usado o una gallina para que todo siguiera funcionando. Aquello era fantástico.
Sabía que nada era un sueño imposible, y que el olvido no sería alojado en su mente. Nadie supo jamás lo que el pequeño pensaba, menos lo que observaba en ese gran pueblo, mas todavía pequeña ciudad. Ni si quiera el día en que oficialmente era inaugurado el primer eslabón de una gran cadena de obras públicas. Aquella voz de niño era ya la voz de un hombre, mas con la nobleza y visión de la que su anterior generación había carecido. La voz del niño retumbaba en los corazones y conciencias.
Esta será la piedra angular bajo la cual se escribirá una nueva historia. Sobre esta piedra inquebrantable serán edificadas las nuevas generaciones que glorificarán esta pequeña ciudad por sobre el pozo de la medianía. Permanece imborrable en el Libro de los Cambios: “no habrá vuelta atrás”, y aquellos que se negasen a aceptar la perentoria mutación, serán así expulsados más allá de sus límites, porque ya no habrá espacio para los fanatismos, no más para la postergación, menos para la división de sus habitantes.
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