miércoles, 21 de julio de 2010

Cuando ya era viejo

Despertarás y verás un largo camino terminado. El final de tus días se habrán consumado. Tus ojos casi extintos darán cuenta del largo trayecto de una vida. Una vida llena de bríos y de ansiedad por hacer, o una repleta de postergación y medianía.” (Crisanto)

Palabras sabias como las del anciano, no había por ningún lugar de este empolvado pueblo, que siempre se había debatido entre esto último y la propia categoría de ciudad. No era su clarividencia, sino el cúmulo de experiencias de una vida que todavía continuaban derrumbando los años. Eso y más era Crisanto, el más sabio por allá de principios del siglo XXI, cuando pese a todo lo acontecido en este pueblo, sus habitantes parecían más haber tomado somníferos durante decenios.

Solía contar los peces del río, aquél que cruzaba el pueblo y que cincuenta años más tarde sería revestido de cemento, con una inversión de 19 millones de pesos, según anunciaría el Ayuntamiento de un presidente municipal veterinario al que todos se referían como “Doctor”, cuando en verdad tenían razón, porque era doctor de animales. Pero la ‘inversión’ se elevaría a unos 30 millones de pesos. Puro dinero tirado a la basura, mejor dicho al río; un río que dos años después de inaugurado, sería desbordado por las lluvias y enlodaría todo el centro principal, manchando las paredes de la casa que el veterinario ocupaba desde hacía años, y que se negaba en regresar a su propio padrino. Era un “ratero”, decía don Jesús, el dueño.

Yo seguía enamorado del marxismo, de la lucha de clases y de las huestes del lumpen proletariado que gracias a Dios, nunca gobernarían este pueblo de bicicletas. Criticaba al sistema y todo lo que escribía lo redactaba con faltas de ortografía, ya después pedía a mis lectores me quitaran la culpa de encima, que al fin y al cabo era humano, y como todos, pecaba y cometía errores. Tanto así, que un día no me dio vergüenza ir a publicar en un periódico que, me había sido negada una licencia para poner una cantina.

Tiempos aquellos. Las noches eran una bendición porque podía dormir y olvidarme de los problemas que, a fin de cuentas no eran míos, aunque otros acostumbraban reiterar: “los problemas son de todos.” Yo de todas maneras los volvía a recordar cada siete días en el periódico, donde de alguna manera desahogaba mi hostilidad con esta proterva vida que tanto daño me había hecho desde que nací, aunque la verdad es que ella nunca tuvo la culpa del origen, mucho menos del destino que yo elegí y le di.

Siempre trabajé duro, “tenía que trabajar” decían mis padres. Por el cielo que siempre mantuve la esperanza de que este país cambiaría para bien. Pero siendo claro desde que cumplí los treinta supe que mis apuntes nunca llegarían a nada. En todo caso, mi comunidad se vio influenciada para bien o para mal, aunque soy consciente que nunca prediqué con el ejemplo, nuca dejé de ser el empleado para convertirme en el emprendedor; nunca dejé de hablar y opinar, para ser un ente activo en mi entorno. Nunca lo hice.

Aquí entre nos, nunca paré de exclamar a los cuatro vientos que el país seguía secuestrado por una poliarquía, pero en el sentido de “muchas oligarquías”. Olvidé así que yo era de los muchos que en el fondo teníamos miedo, sí, “miedo a la verdadera libertad”, a la libertad de ser, de pensar, de decir, de hacer. Eramos nosotros los verdugos de este país. Eramos una terrible poliarquía aunque sin poder político ni gobierno institucional.

Las palabras de Crisanto poco a poco cristalizaron, como el hilo de agua vuelto hielo, o la negra nube que por fin se parte para mostrarnos que, detrás de ella el incansable sol no era un sueño inasible, ni siquiera imposible. Esa mañana, el primer rayo de sol tan esperado por este pueblo acarició mi fisonomía, justo entró en cada una de mis arrugas, dejando ver que el tiempo había perecido para mí, desarropando que ya era un viejo, y que esta vida se desangraba incontenible entre mis manos.

Opinión Virtual: www.youtube.com/joseisabeles

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