Sayula es hoy prueba fehaciente de una lucha silenciosa. Unos se aferran a viejas ataduras, otros pretenden librarse de ellas a como dé lugar. Algunos abogan por privilegiar normas que adolecen de apego a nuestras condiciones de vida, formas de pensar, actitudes; leyes que destellan fecha de caducidad cumplida. Otros enuncian un ferviente deseo de progresismo, por dejar de proteger pensamientos y actitudes cuya vigencia hoy se desvanece.
En 2009 Sayula conoció el deseo de la anterior administración, por ejecutar la realización de un proyecto de jardín llamado Celso Vizcaíno, mismo que injustificadamente cambió de nombre y pasó a llamarse Severo Díaz Galindo. Se pretendía construir una plaza en lugar del Jardín de Niños, que para efectos prácticos ya ha sido demolida su parte trasera sin importar ley alguna.
Francisco Israel Orozco López y Francisco Martín Cuevas Aguilar, estudiantes de Arquitectura del Tecnológico de Cd. Guzmán, desarrollaron el anteproyecto presentado al H. Ayuntamiento. A muchos deleitó y fue remitido a la Secretaría de Desarrollo Urbano (Sedeur), donde le dieron el visto bueno. Mañosamente algo ocurrió que el proyecto a desarrollarse sería el de una “constructora” desconocida, no el de los estudiantes que le superaba por mucho. El proyecto de la constructora se desarrollaría sin sustento alguno, era puramente “construir por construir”.
Hoy, ni las obras que se realizan coinciden con lo anticipadamente expuesto; ni tampoco el inmueble fue derribado. ¿Qué pasó? Un grupo de personas ha estado en contra. Se expresa que es “patrimonio cultural”, “parte de nuestra identidad”, que comprende un “valor artístico relevante” (me pregunto dónde está todo eso), o simplemente que no se puede demoler porque la ley lo prohíbe.
Verdaderamente los 66 años de vida del inmueble, ¿constituyen una historia y sentimiento tales, que impidan su desaparición en aras de un proyecto que exige nuevas realidades?
Federico Munguía Cárdenas, señala que la construcción no tiene “cien años reglamentarios para considerar su conservación”, pues fue inaugurado en 1944. Se arguye que el inmueble corresponde a la corriente “neocolonial”, que refiera a la “búsqueda de identidad nacional”. En fin, que Sayula debería sentirse “orgullosa” por ello.
De haber existido un liderazgo dinámico, desde la inauguración de la obra hubiese sido impedido trabajo alguno, pero no, la lectura es que coexiste un claro déficit de liderazgo. Y preciso, no es que la población “no le defienda por que no le conoce”, sino que remite a una clara inutilidad, algo que no le significa nada. Por ello, la ley puede ser clara, empero en un momento parece corresponder a una legislación que reclama ser reformada (¡a gritos!).
¿A caso encuestarán a la población? Por supuesto que en la manera de formular la pregunta estará la respuesta. Seguramente encontrarán que, si se va a invertir, pues se invierta bien, y no que se ande despilfarrando el capital. Lo que pasa es que al día de hoy, tenemos personas con mentalidades ancladas al pasado, enraizadas en un gatopardismo singular (cambiando las cosas para que al final nada cambie), encaprichadas con la ley, ordenanzas caducas que para estos casos poco sirve.
Arropados por un pesado y grueso conservadurismo, pretenden hoy atesorar modelos tradicionales de orden y conducta, cuando a todas luces vemos éstos deben adaptarse a nuevas condiciones de vida. Así se opusieron al monumento del ánima de Sayula, así se oponen hoy a la explosión de nuevas ideas, al brote de nuevas generaciones que se abren paso con ímpetu y vigor, desplazando antiguas realidades e insertando nuevos esquemas, innovadoras y mejores soluciones, donde los liderazgos se desvanecen, donde el Sayula del siglo XXI se configura día con día poniendo cada cosa en su lugar. A eso le temen, a eso se oponen.
Publicado en semanario Tzaulan, febrero 2010. Sayula, Jalisco, México.
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