LPL José Guadalupe Isabeles Martínez
En su obra La sociedad civil. De la teoría a la realidad (1999), Alberto J. Olvera nos presenta una visión muy peculiar de la sociedad civil. Aquí expresa que los actores sociales anti autoritarios, han recuperado el concepto de “sociedad civil” como parte de una lucha contra regímenes estilo soviético, y en general de dictaduras militares.
Se resalta que para autores como Hegel, la idea que se tenía de sociedad civil era incluso más amplia de lo que hoy se aprecia. Abarcaba igualmente el ámbito privado entendido como la familia.
En el caso particular de América Latina, la concepción de sociedad civil fue retomada como parte del análisis de las transformaciones democráticas en distintos países. Se aspiraba así a una reconstrucción de la vida pública por medio de la autonomía de la propia sociedad, independiente del Estado y de inclusive el modelo económico.
Algunos vértices de esta nueva visión se centraban en la noción de los derechos individuales, de la asociación voluntaria, de la comunicación así como de las discusiones públicas. Cada uno de esos aspectos como parte del liberalismo democrático clásico.
Se partió de la problemática teórica, sobre cómo cimentar la autonomía de la dimensión social, frente a la política misma y la economía. La estrategia fue con clara intención reformista, con el fin de modificar los sistemas prevalecientes de dictaduras como forma de gobierno.
Así se comenzó a definir la reconstrucción de lazos sociales más allá del círculo del Estado, se pensó en la auto organización colectiva. Había de edificarse una esfera pública que fuese independiente de aquellos espacios que ya eran controlados por las fuerzas del Estado autoritario. Se dio lugar a la revalorización de la sociedad, ante un Estado poderoso y omnipresente.
Con la llamada crisis del Estado de Bienestar de la década de 1970, la importancia teórica de la temática adquiría nuevos bríos, la democratización se hacía más latente con nuevas formas de participación social. Viene así la aparición de movimientos sociales como grupos de ecologistas, feministas, pacifistas, de la juventud, entre otros.
Aparecen del mismo modo estudiosos en la materia, como Claus Offe. No obstante las preocupaciones se enfocaban más en la quiebra del Estado de Bienestar y la pérdida de la eficacia, falta de representatividad, y desde luego en la funcionalidad de la democracia que formalmente se tenía.
En el caso de Offe, el experto subraya la destrucción de las redes solidarias, las formas de participación y la autonomía de la colectividad. Había que proponer una repolitización de las masas en su conjunto, pero con un claro énfasis en la sociedad civil.
Se ha planteado del mismo modo que las transiciones a sistemas democráticos han constituido un pre requisito para trasladarse de a) un sistema represivo, a b) un sistema de libertades. En este caso el concepto de sociedad civil es entendido como un conjunto de asociaciones voluntarias, o bien movimientos populares y de grupos de profesionales en la búsqueda de sus derechos.
Se expresa a su vez la “activación” de la colectividad, que se traduce en movilizaciones masivas que por lo general, anticipan la caída de la dictadura. Sin embargo esto no es del todo cierto, o puede someterse a un debate. Aquí se estima indispensable que para que se dé tal activación, haya previamente un proceso de otorgamiento de libertades políticas dentro de un régimen autoritario, de lo contrario la activación sería nula.
En este contexto se incluyen las teorías transicioncitas, que sitúan a la sociedad civil con un carácter más bien efímero, que por el momento, han de obligar a pactar a los actores no democráticos, con actores que están en búsqueda de ello.
Emanan preguntas como: ¿es la sociedad civil un concepto que está limitado a periodos o actos de movilización colectiva?
En América Latina, autores como Norberto Lechner (1995), sostienen que al invocar a la sociedad, esto se presenta como una defensa de ella misma ante la descomposición del tejido social que está siendo causado por una modernización brutal de los países. Ante el avance inminente del mercado y sus externalidades negativas, habrá que hacer frente con movimientos sociales permanentes.
Construir un espacio público propio, crear y fomentar el asociacionismo, son elementos básicos en aras de la ampliación de procesos democráticos.
Por su parte, se hace interesante apreciar que Max Weber consagró parte de su vida y obra a entender por qué la modernidad se hizo presente primero en occidente, y no en otro lugar. Lo consideró atribuible a la ética protestante en un ambiente de relativa tolerancia religiosa, incluida aquí la disponibilidad y el desarrollo de la ciencia, así como la separación entre el Estado, el mercado y desde luego la sociedad.
Para weber, la modernidad consiste ante todo, en desarrollar la capacidad humana a fin de intervenir en diversos procesos como los cognoscitivos, culturales y morales de forma reflexiva.
Por otro lado, Ernest Gellner (1995), puntualiza que la sociedad civil constituye espacios de acción, que sólo pueden ser explicados partiendo del llamado “hombre modular.” Gellner se refiera a dicho hombre como aquél que ha surgido de la modernidad, y que es capaz de separar de manera consiente los distintos ámbitos de acción en que él participa, sea como productor económico, creyente religioso, como parte de una familia, miembro de asociaciones voluntarias, etc.
Es así que se asegura que todo lo anterior no habría sido posible si al mismo tiempo no hubiese surgido el Estado Nación. Porque la tolerancia cultural no es suficiente para crear instituciones y prácticas que forjen el entramado de un sentido de identidad que busque ir más allá de una familia extensa, de una comunidad religiosa, o de un grupo de interés.
Si reflexionamos, la unidad nacional implicó a la vez una generalización de cierta tolerancia, la construcción de una cultura nacional (mitos, literatura, símbolos), así como la creación y consolidación de espacios que fuesen compartidos por actores sociales diversos, dentro, a su vez, de una jerarquía social aceptada.
Se dice entonces que solo en aquellos países en que logró coincidir tempranamente la tolerancia y pluralidad religiosas, la construcción de Estados Nación claramente definidos, la construcción de instituciones basadas en el derecho y su propia cultura, fue posible el surgimiento de la sociedad civil, no de otro modo.
Gellner expresa que la sociedad civil es un espacio de acción social donde es posible expresar preferencias, manifestar derechos y defenderlos, así como establecer los correspondientes procesos reflexivos.
Dicho esto, la sociedad civil es un producto occidental que limita su origen a Francia e Inglaterra, y que después se extendió a Alemania e Italia cuando dichos países se constituyeron como Estados Nacionales.
En aquellos países donde el asunto de lo nacional no fue debidamente resuelto, los reclamos de identidad étnica y de separatismo del conjunto, surgen subordinando a la pluralidad y a la propia democracia, cuestiones que eventualmente pudieron haberse ganado.
Estados Unidos es un ejemplo excepcional, donde se supo recoger distintas culturas asociativas que habían salido de diferentes países.
Autores como Robert Putnam (1993), han contribuido al desarrollo del concepto “capital social”, vinculado estrechamente con ideas como la “densidad asociativa” y la “cultura de la cooperación.”
En el caso de Putnam, la cultura es un ente decisorio para responder a la existencia de un círculo virtuoso, mediante el cual la fortaleza asociativa –entendida aquí como el conjunto de grupos locales, apolíticos, con fuerte intención de socializarse – ayuda a un gobierno democrático a ser más eficiente y a las empresas privadas a operar con reglas más claras y en condiciones de predictibilidad de comportamientos.
Para Larry Diamond (1997), la sociedad civil es una serie de redes de asociaciones culturales, que poseen una carga identitaria propia, pero a la vez son cuidadosamente ajenas a la política, socializan a los ciudadanos y habitantes en general dentro de una cultura de cooperación y de manera importante en la ética de la responsabilidad.
La sociedad civil es la lucha por la ciudadanía, pero debe observarse como una organización que trasciende el lado negativo (que muchas veces le es atribuible) de una organización en contra del Estado, porque no lo está, no necesariamente.
Debe hablarse de ella como un conjunto de instituciones sociales poseedoras de “valor social”, traducida en una cultura público-política que valora en mucho la tolerancia, el pluralismo y los derechos. Los derechos como una idea que garantizan el acceso a la ciudadanía. Se trata de la universalización de la ciudadanía.
Otros autores se refieren a la sociedad civil como algo inexistente a lo largo del siglo XIX. Entonces se entendía o solía entenderse la autonomía de la sociedad como la aplicación de derechos, libertades asociativas, todas subordinadas a una integración sui géneris que en la práctica quedaron definidas como fusiones entre el Estado y la sociedad, pero bajo la hegemonía del primero.
Olvera, Alberto J. (1999). La sociedad civil. De la teoría a la realidad. Coordinador. El Colegio de México. Páginas 27-53.
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28 de junio 2011
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