José Guadalupe Isabeles Martínez
México como una potencia, no se deja sentir en el mundo. Ni siquiera ejerce la más mínima influencia en América Latina, su región natural.
No pensemos en ser el primer productor de plata mundial, tampoco una de las primeras 12 economías más grandes del planeta, o ser uno de los países con el mayor número de tratados comerciales del mundo. México no ha tenido un papel protagónico en la escena de las relaciones internacionales, como sí lo ha tenido Cuba, con apenas 12 millones de habitantes.
Marco Appel, recién publicó el trabajo: México, “enano” diplomático, según el Instituto Egmont. Expone que el calificativo de “enano” se lo atribuye el Instituto Real para las Relaciones Internacionales de Bélgica (Instituto Egmont). Se considera a México y Sudáfrica como dos países que no merecen apreciarse como “socios estratégicos” para la Unión Europea (UE).
No obstante, en su momento se observan distintos tipos de socios. Estados Unidos (EU) sería un socio estratégico para la UE; el bloque de los BRIC –Brasil, Rusia, India, China- sería tomado en una segunda categoría como “países pivote”, y así otros serían mencionados por su peso global.
Si bien la analogía de “enano” sirve para ilustrarnos, no es la más indicada, porque –y en caso de que no resultase ofensivo el término-, un enano, por más enano tendría un potencial inimaginable. Lo más propio a decir de México -y no por ser nuestra patria sino por todo el potencial que reviste- sería referirnos a él como un “coloso dormido” o un “gigante durmiente.”
Desgraciadamente, y sin entrar en detalles, lo que terminó por descarrilar al tren nacional fue la entrada de México al GATT (1985), que impulsaba la reducción arancelaria y de barreras al comercio internacional, como antesala del NAFTA (North American Free Trade Agreement o TLC) en 1994. El hecho concluyó desvirtuando quién debía poner la atención y solución a las problemáticas nacionales: el mercado o el Estado. Ganó el primero. Sobrevino la desresponsabilización del Estado a sus tareas de bienestar.
México tiene todo para emerger como una potencia regional en América Latina, su región por naturaleza. Hoy, a casi 30 años de haber impulsado una economía de libre mercado y minimizado (que no empequeñecido) al Estado nacional, lo que más parece haber fracasado no es el modelo económico neoliberal, sino sus cabecillas y ejecutores.
Si Francia tiene alrededor de 70 millones de habitantes, y ha logrado posicionarse en el tiempo como una potencia de primer orden; México, con 112 millones ¿no podría alcanzar tal propósito?
En América Latina ya nos come el mandado Brasil, tan solo por ser incluido en el bloque de los BRIC, pese a que la violencia que se vive allá es igual o peor que aquí.
La investigación titulada México y el conjunto de países llamado BRIC (Brasil, Rusia, Indiay China), de Mario Ojeda Gómez (2010) del Colegio de México, resalta por qué estas naciones son vistas como jugadores internacionalmente competitivos. Son 4 los factores capitales: territorio, población, economía, y voluntad política, asegura.
Dichos factores configuran las llamadas “bases estructurales”, de la mano de otros elementos como el proyecto de nación, el cual tiene que plantear indudablemente un fuerte contenido de liderazgo en uno o varios frentes. En Brasil por ejemplo, se trabaja por fortalecer el mercado interno, lo que permitiría –entre otras cosas- robustecer la industria nacional más que la extranjera, y que los brasileños puedan adquirir los productos que ellos mismos fabrican.
A diferencia, investigadores ven a México con un potencial exportador prestado, un mercado interno débil, industrias extranjeras fuertes que en cualquier momento desaparecen, y mexicanos sin dinero para acceder a productos casi exclusivamente de exportación.
México no resulta desdeñable ni por su magnitud territorial, poblacional, ni economía, el déficit está en la voluntad política. Y aunque la visión de Ojeda pueda ser limitada, se comprende que México necesita reactivar esa voluntad política y asumir un rol protagonista y ambicioso en el plano del decision-making internacional.
No obstante México es un país que privilegia el libre mercado sobre todas las cosas; no participa activa ni auténticamente de la política internacional ni regional; no es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU; no insiste en una integración norteamericana más allá de lo comercial que verdaderamente nos beneficie como ha sucedido en la UE –esto, a EU y Canadá, no les interesa.
Más allá de lo comercial, México no persigue alianzas estratégicas para incidir en la política global como sí lo hace Brasil, Irán, Israel, Taiwán, China en África, entre otros. México necesita no sólo mirar hacia América Latina, sino a Medio Oriente, Asia, África, pero hacerlo con decisiva autodeterminación. En su defecto los países meridionales nos tendrían que salvar. Porque sin visión no hay liderazgo, y sin liderazgo probablemente no habrá nunca un mejor futuro.
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