martes, 2 de agosto de 2011

Una guerra sin historia

Así ha venido todo siendo de lo lindo. Los politiquillos han acudido a las prisas a ser ofrendas del servicio público.

LPL José Guadalupe Isabeles Martínez

Eran tiempos de zozobra y había que decirlo: de oscuridad. La gente en el pueblo se había acostumbrado a salir de sus casas apenas para ir a trabajar. Había qué hacerlo, no había más. Quienes años atrás habían tenido oportunidad de salir huyendo de su amarga realidad, lo habían aprovechado bien, haciendo por los suyos aquello que a los que se quedaron había sido impedido por decreto. Así se vivía en el pueblo, donde el presente ya era historia.

Acostumbrados estaban los habitantes de ese terruño, lugar que alguna vez lleno estuvo de gloria y honores. Parias políticos eran considerados naturalmente los no escasos sino miles de residentes pueblerinos. Aunque el pueblo no había dejado de ser pueblo, bien se había convertido en un pueblote. La pobreza de los nativos no tan solo se miraba derredor, también se detectaba a lo fácil con un olfato no muy desarrollado. Aquí huele a pobreza.

Tras poner la primera piedra de lo que luego vendrían a llamar unos los logros de la Revolución, aquí, en este terrenito que hoy llamamos municipalidad, muchos vinieron a pararse y de viva voz abrieron pechos para balbucear y cacarear cosas. Rescatar a este pueblito entonces de las garras perversas del olvido y del abandono de sus propios representantes, aquellos que por entonces nada tenían que ver con la política, sino con los negocios. Pero, el famoso pero, jamás supieron distinguir aquello de: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa del filme El infierno. La política y los negocios no son negocio, no para el populacho.

Así ha venido todo siendo de lo lindo. Los politiquillos han acudido a las prisas a ser ofrendas del servicio público. Nada han ganado los pobladores a la venida de una cruzada trienal, a la llegada de otra y otra. Con la boca llena de promesas y falsas esperanzas, así llegaban así se iban, así mero se atragantaban.

Ean los tiempos de oscuridad, donde el apartheid era político, y no necesariamente racial. Ellos, los amos y señores del tiempo, libraban, según sus propios dichos una guerra ardua por el progreso y los ideales mal apersonados en los abanderados. Nada sabían de progreso mucho menos de ideales.

Aquí se vivía un estado de excepción sin límites, porque ni con la voz ni con el voto era suficiente para defenestrar a estos héroes sin florete copados por la avaricia y el dolo. Por eso su guerra era ya una guerra sin historia, porque tales tiempos de oscuridad y grandes indecisiones mentales se grabarían insalvablemente en el Libro de los Hechos, por eso precisamente: por ser tiempos faltos de historia. ¿Una guerra por el bienestar humano? No. Una guerra a medias, una lucha de a mentiras.

Dos líneas paralelas nunca asociadas por fin se unieron. Las voces del cambio resonaron fuerte abrazando aquellos gritos del silencio, gritos y voces vomitando indiferencia eclosionaron con los tiempos dando brote a nuevos signos de pensamiento, donde ahora la guerra del poder político habría de cobrar sentido, un sentido sin sentido a la luz de las inercias políticas.

Es como se escribe esta hoja de una guerra sin historia, una lucha esperada todos pero no avalada por nadie. Así se plasma esta historia de una amarga realidad. Porque vivimos tiempos sin rumbo, sin recato, sin la más mínima concepción del Deber, del Honor, y ya no decir de Gloria. Porque esta guerra es una guerra sin historia.

PD. Si hay una cosa que desgasta más que el poder, eso se llama cáncer…

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