miércoles, 31 de marzo de 2010

Mientras Soñaba


Ya no quería vivir, el mundo se había robotizado tanto que la humanidad entera se dirigía toda hacia el mismo fin: la alienación total de este lugar llamado tierra, el auténtico sitio de su pertenencia. Eran las 03:50 cuando empecé a flotar, hacía horas que dormía pero el sueño no había logrado serlo. En un instante ya no supe de mí, fue ese el instante en que mi pesado cuerpo alzó su vuelo.
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Vi mi figura sobre lo que alguna vez llevó dignamente el nombre de “colchón”, porque en esas circunstancias no podía ser ya la misma cosa. Tuve que salir de prisa, pues el tiempo era corto y la tarea de aquella noche vasta. Ya antes me preguntaba cómo sería la metrópoli vista de noche, cuando aparentemente todo es calma y serenidad en ese espacio inconcebible entre el cielo y la tierra, entre la profundidad del mar y la eternidad del universo. Por primera vez me enfrente a aquella ineludible realidad, con una pureza tal que toda duda quedó disipada.
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Hice a un lado la cortina rasgada y miré por la ventana, bastó para sentir un impulso que me colocó en el lugar donde segundos atrás había puesto la mirada. De pronto me observé allí, sobre aquella ciudad a la que no pertenecía, una ciudad que me era indiferente, ajena, que me maltrataba. Le observé tranquilamente, fue ahí donde clarifiqué el comportamiento mecanizado en que nos habíamos convertido los unos a los otros. El frío era penetrante, disciplinaba el cuerpo, mas yo sentía un placer celestial como nunca lo he sentido.
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De pronto me vi en un lugar lejano. No sabía dónde, hoy sigo sin saberlo. Era el lugar que por siempre había soñado, pero no le pude describir, sigo sin poder hacerlo. El sitio no poseía características convencionales, no había líneas, no había ángulos ni ondas, no había simetrías ni asimetrías, no había sombras, pero aquél lugar tenía forma. Pese a ello, diríamos los planetarios, aquello era un primor inimaginable al que nadie podía resistir.
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Mucha tristeza sentí al ver todo aquello, al saber que nuestra realidad y destino tenían remedio, pero que el desagravio no había sido invocado correctamente. El planetario pide mucho, ¿no es así?, pero no da en proporción a su petición. Se hace mucho mal, y a cambio recibe armoniosamente eso: mal. La cristalización de aquella metarealidad carecía de fecha de caducidad, no así nuestras vidas.
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La vida es efímera, como todo planetario. Siento mucho no poder decir más, es que he despertado ciego sobre esta cama. Sé del día de nuestra propia extinción, pero no lo diré jamás así tenga una fila de verdugos a mi lado. Les diré algo a cambio, aunque desde el inicio de estas palabras ya la vida se iba difuminando en mí, hoy tiene usted otra nueva oportunidad, no mañana, sino en este instante. La vida se agota, dichosos aquellos que verán la vuelta del siglo, porque muchos, incluido yo, no le veremos.

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