“Algún día vamos a estar mejor, cuando olvidemos que la participación ciudadana no se reduce tan sólo a los comicios electorales; cuando olvidemos que para levantar al país, no tenemos toda la vida” (Crisanto)
Cuando todavía no nos recuperamos del impacto psicológico sufrido tras el asesinato de dos alumnos del Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey, el pasado 19 de marzo (19M); y por si fuera poco, mientras nos acostumbramos a las cotidianas balaceras por todo Nuevo León; el miércoles 06 de octubre pasado, alrededor de las 19:00 horas, otra muerte se sumó a la pérdida de vidas inocentes, la de Lucila Quintanilla Ocañas, estudiante de 21 años de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).
En pleno centro de la capital de Nuevo León y primer cuadro de la ciudad, una ciudad que el alcalde de Monterrey, Fernando Larrazábal Bretón, ha bautizado ya como “Orgullo de México”, se presentaron los hechos lamentables en que Lucila Quintanilla fue muerta entre las balas que disparaban los sicarios. Sicarios, que presuntamente perseguían a un celador del penal de Topo Chico.
La Plaza Morelos se encuentra en el corazón de la ciudad regia, y el andador comercial donde murió la universitaria, da con una de las avenidas más transitadas de la capital, la avenida Juárez. Cualquiera que viva o esté de paso por Monterrey, seguramente no deja de visitar nunca este sitio, en tanto es representativo de los espacios públicos que constituyen el esparcimiento de propios y extraños. Lamentablemente, los que aquí vivimos, observamos con pesar cómo esta zona comercial se ha ido claramente de picada. La inseguridad contribuye así a su inevitable declive.
La UANL, es la institución educativa pública más importante de la entidad, y la tercera más importante del país luego de la Universidad de Guadalajara (UdeG), institución pública que ocupa el segundo lugar nacional. Lucila Quintanilla estudiaba el octavo semestre de la carrera de Artes Visuales, y a punto estaba de graduarse. El miércoles 06 de octubre le arrancaron la vida, no volvió a ver la luz.
Hoy, todos observamos tristeza, pero cada vez con menos extrañamiento, la decadencia y degeneración que se vive en Monterrey, su zona metropolitana y toda la entidad neoleonesa; donde no hay día ni prácticamente lugar, donde no se exprese la sangre derramada, el olor a pólvora, la movilización de policías municipales, federales y efectivos del ejército. Por decir lo menos, no hay día en que no nos toque, escuchemos antes de dormir, o nos enteremos de una refriega. Y lo que es peor, no hay día que no nos haga perder cada vez más esa capacidad de indignación, pero sobre todo, la capacidad de soñar.
Monterrey, el “Orgullo de México”, se transforma lentamente en el “orgullo herido”; en una ciudad más en decadencia; en el reflejo de una clase industrial-empresarial que hicieron de este lugar norteño el sitio más próspero del país, pero que hoy parecen darle la espalda. Amasaron grandes fortunas, hicieron grandes negocios, pero de la ciudad y su gente se han olvidado. La lógica brutal del dinero que aquí impera, les está haciendo perder la ciudad, y lo que es más: el Estado de Nuevo León entero.
Aunque muchos exigimos que se deponga al gobernador Rodrigo Medina de la Cruz, sabemos que esto no va a ocurrir; aunque somos más los que reivindicamos que el caso de Lucy no quede impune, está por demás decir que así será, tal como ocurrió con los estudiantes del Tec, tal como pasa con tantas y tantas muertes en la entidad. En tanto eso sucede aquí, ciudadanos de carne y hueso han empezado ya a hacerse justicia por su propia mano, porque somos, dicen: un pueblo sin ley.
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