Apenas este fin de semana pasado, el PRD aprobó la posibilidad de ir en alianza con el PAN, para renovar la gubernatura del Estado de México en 2011, ante lo que ambos partidos ven como la imperante necesidad de detener el avance, del prácticamente candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, a la Presidencia de la República en 2012.
Al mismo tiempo, y tal como lo venía diciendo desde hace semanas, Andrés Manuel López Obrador desdeñó y reprobó la posibilidad de esta alianza, la razón: que a él no se le olvidaba que era el PAN el que le había robado la Presidencia en 2006.
Sin embargo, ante la inminencia de esta alianza entre partidos ideológicamente antagónicos, informó que solicitaría licencia temporal al PRD para poder construir una candidatura ciudadana encabezada por los partidos PT y Convergencia. Nada más políticamente suicida. Si lo que se busca a toda costa es minar la popularidad y credibilidad de Peña Nieto rumbo a 2012, propósito explícito de AMLO, entonces el separar a la oposición en varios bloques solo augura una derrota dolorosa que en vez de cumplir con su cometido, vendría a fortalecer aún más la imagen de invencible del hoy gobernador mexiquense.
Con su actitud, López Obrador lo único que está haciendo es servir a los intereses de Peña Nieto, dividiendo a lo que junto podría significar mucho en términos positivos para el estado más poblado de México. Significaría que por primera vez en la historia, el estado sería gobernado por un partido distinto al PRI, que las grandes necesidades de una buena parte de la población serían atendidas con políticas públicas diferentes e innovadoras, que se transparentarían los malos manejos de los exgobernadores, como Arturo Montiel, y que la imagen tele-construida de un estado supuestamente de vanguardia y progreso sería desmentida por el vergonzoso primer lugar en feminicidios en todo el país, incluso por encima de Cd. Juárez.
La decisión es sencilla: dividir a la oposición y permitir que Peña Nieto, un político cuyos pasivos son mayores a sus activos y además impulsado por los intereses más oscuros, avance y consolide su proyecto político o bien, dejar a un lado los odios y rencores partidistas para pasar a un pragmatismo político que no podrá dar más que buenos resultados para los mexiquenses y los mexicanos en general.
El momento que hoy vivimos es crucial. ¿Qué haremos? Repetir el año 2000, símbolo de la auténtica transición democrática que pudo ser y no fue o, aprovechar el inmenso potencial de esta oportunidad de hacer historia y cambiar las cosas para bien. La moneda está en al aire.
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