Recuerdo bien la última vez que me aparecí por Zapotlán el Grande. Fue la tercera semana de octubre, del año 198… Me había ido a los toros que organizaban mis compañeros, para luego ir a parar a la gran feria en las afueras de la ciudad, especialmente a uno de esos espacios donde la gente baila y toma, pero toma de veras. Aquella noche yo conducía.
Amanecía cuando agarramos la carretera. Sin embargo, aún el día era presa de la noche. Mi vochito no daba pa’ más y tres compañeras, de los ocho que veníamos –seis atrás, por cierto- se quejaban de lo lento; de todos modos os cuento, no era para tanto, porque un de repente ya ni se oían entre los robustos brazos de quienes les sostenían entre sus piernas. Alejandría y yo nos inquiríamos con las miradas. Soltamos las risas y seguimos andando. Alejandría cabeceó y pareció dormir.
Observé el cielo más hermoso jamás atestiguado. Miraba las estrellas porque íbamos de subida, en medio de las curvas, y harto lento. Miré al cielo, y escuché entonces las palabras de mi profesor, Carl Edward Sagan, explicándome la razón razonada para que una estrella brillara: “núcleos de hidrógeno están siendo comprimidos para formar núcleos de helio. Cada vez que se forma un núcleo de helio se genera un fotón de luz”, me decía como si estuviera metido en algún lado del cochecito.
¿Oíste? – me dirigí a Alejandría golpeándole una costilla. Antes de que abriera los ojos, pude poner en perspectiva el impacto brutal del que seríamos víctimas. Previo a la colisión, recordé que Pitágoras había sido el primero en emplear la palabra “cosmos” como parte de un universo ordenado. Me preguntaba si nuestras vidas estaban controladas realmente por una serie de señales cósmicas, porque en ese caso, ¿para qué intentar cualquier cambio, evitando el encontronazo?
Al rato entendí, había resultado en algún otro sitio en el espacio, y en alguna otra época en el tiempo. El choque provocó que atravesara mis cotidianas dimensiones (medida, espacio, tiempo), y que una suerte de agujero negro me haya conectado desde la Tierra con esta cuarta dimensión en que me encontraba, ahora. Lo que no entendía era por qué mis compañeros no estaban allí.
No os puedo contar todo, porque es hora que no puedo regresar. Lo que sí es que, en Zapotlán el Grande pasé de los años más embelesados de mi vida terrenal. Sólo me está permitido deciros, que no hay tal orden cósmico absoluto. Albert Einstein lo demostró con en la Teoría de la Relatividad, al sentenciar que no todo es tan objetivo como lo creemos.
Mientras intento resolver de dónde vino dios, o cómo se creó la materia que dio origen al Big Bang; os recuerdo que, el universo no es ni benigno ni hostil, sino que simplemente es indiferente a criaturas microscópicas y finitas como nosotros.
Ante el caos terrestre, es inconmensurable el capital social que tenemos en Zapotlán para enmendar la falta cohesión social, misma que amenaza con olvidar las raíces del presente. Porque este lugar no puede sumarse a una ciudad más en decadencia. Porque estas fiestas, ameritan una profunda reflexión sobre las condiciones citadinas del presente.
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