Nunca había sabido lo que era exactamente que a alguien le bajara la presión. Por lo que le habían platicado, ese día parecía que se andaba despresurizando por algún lugar. “Seguramente el daño me lo hizo la lata de atún Herdez, con ‘aceite y vegetales’ que me comí”. Lo poco que tenía de panza se le miraba inflamada, y se sentía como “cuando te comes algo que ya esta echado a perder”. Se acordó que en todo el día sólo había salido del cuarto para ir a la tienda, y peor aún, que tanta lectura le había hecho olvidar que no había ido al baño.
Lo único que le gustaba de allí, eran los bolillos para torta, de ahí en más ni aunque quisiera, “todo estaba caro”. No pudieron haber sido las empanadas que le vendieron, “no”, se decía preocupada. Luego, poco faltó para que en el baño se desmayase, allí sí que sintió el bajón de la presión, pero no por aquello que usted ya esta pensando, sino porque de plano hasta empezó a sudar. Al ponerse de pie, como en singulares ocasiones que no se pueden discutir aquí, las piernitas le empezaron a temblar, ahí sintió vértigo.
Leía el libro: China’s Communist Party: Atrophy and Adaptation (Partido Comunista Chino: atrofía y adaptación), de David Shambaugh, pero le había dejado de lado por unos instantes. Ese día dejó de levantarse para acudir a la marcha que convocó la federación de estudiantes. “Si me levantó, ahí estaré”, había asegurando el sábado. No se levantó, o mejor dicho: no quiso. Había anochecido y el viento no dejaba de soplar. El vecino desperdiciado de uno de los apartamentos de enfrente, había salido como todos los domingos, a regar su jardín y un pedazo de tierra de los departamentos vecinos.
A veces se preguntaba cómo era posible vivir entre tanta mediocridad, si aunque en ocasiones se conformaba con algo, jamás se daba por vencida. “Ojalá y tuviera más dinero para mudarme”, pero no, la verdad es que no lo tenía. En esta casa, si es que se le podía llamar casa, no pagaban electricidad, agua, ni gas. Verá usted. La luz se la robaban, con un diablito, “supongo”; para el agua, el caso es que no sabía cómo le hacían pero seguía subiendo hasta el cuarto piso; por el gas, simplonamente no le pagaban porque no le utilizaban.
No era tan menesterosa su situación, porque aunque lejos al menos tenía para comer y atendía la universidad. Lo que le preocupaba era que el tiempo corriera tan lento, para graduarse e iniciarse en el trabajo. “Te irá bien”, -le vaticinaba el viejo Crisanto-, “no espero otra cosa”, -sentenciaba ella-. Aquello era como navegar entre la inclemencia de la gran mar, sabía que cuando más obscuro estaba, era señal de que ya iba a amanecer. “Cuando todo acabe”, -pensaba-, “otro serán mis días… me miraré al espejo para no olvidar quien soy, para no olvidar de dónde vengo… cuando todo acabe…”.
Correo: joseisabeles@hotmail.com
Opinión Virtual: www.youtube.com/joseisabeles
No hay comentarios:
Publicar un comentario