Cuentan que un día en un lugar llamado el Japón, dos vehículos se impactaron en plena calle. Ambos conductores se bajaron de inmediato y se dirigieron el uno al otro. “Discúlpeme señor”, -dijo uno-, “no, de ninguna manera, discúlpeme usted a mí”. Entre reverencias pasaron un rato dispensándose, por su imprudencia e impericia al manejar.
Confucio, gran pensador chino, sabía que lo que haría grande y virtuosa a la humanidad es la educación y cultura. De ahí derivan los quistes sociales. En nuestro caso, quererles extirpar así nomás acarrearía el tipo de problemas que hoy vemos: violencia envilecida. Educación y cultura que no darán luz a mejores individuos, sino hasta tres, cuatro generaciones, porque así como se arraigaron malos hábitos y deprimentes actitudes, así hay que afianzar mejores cualidades.
Japón es ejemplo de una de las culturas del mundo más admirables en diversos aspectos, allá se respeta harto a los ancianos, aquí se suelen menospreciar; allá un trabajador toma menos días de vacaciones, aquí alargamos los días festivos y convertimos en tales los que no son. Si pensamos en la forma japonesa para morirse de hambre, estudiar Derechos es la manera.
Pero, ¿cómo un abogado japonés no consigue clientes? El caso es que, en Japón no son necesarios, o se requieren abismalmente menos que en México. En aquella nación asiática encontraremos personas rectas y honorables, que anteponen su honor, reputación y prestigio ante cualquier adversidad.
En ese sentido se explica, por qué cuando un patrón es demandado por su empleado, el primero busca más llegar a un acuerdo justo con el segundo, sin necesidad de contratar un abogado, pues socialmente es mal visto, y perder un juicio, implica perder el prestigio. Llega a tal grado la honorabilidad ante la sociedad, que un estudiante que no aprueba su examen de ingreso a universidad, prefiere quitarse la vida antes que pasar a ser la deshonra de la familia, incluso es una deshonor gravísimo no ser capaz de mantener a su propia familia.
Si el éxito de México dependiera de las ciencias sociales y humanidades (licenciaturas), no así de las ciencias exactas (ingenierías), México sería el campeón, pero no es así. Hoy somos un país de secundaria, reprobados en matemáticas y muchos rubros más, cooptados por la mediocridad. La seudo cultura y la seudo educación se han adueñado del mexicano. Las artes de la paz, como la poesía, el canto, la literatura, la música, deben imponerse a las artes de la guerra.
“Seis en punto de una mañana primaveral. Frente a la estación central de Kioto hay seis hombres de pie, formando un círculo. Todos visten camisas blancas, corbatas negras, pantalones negros y brillantes zapatos negros. Uno de ellos lee una promesa en la que aseguran su intención de servir a sus clientes, a su compañía, a la ciudad de Kioto, al Japón y al mundo. Son conductores de taxis que comienzan su día de trabajo con toda normalidad” (Smith Huston, 1991. Las religiones del mundo, 198).
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