viernes, 28 de mayo de 2010

El mundo según Monsanto: agricultura sin agricultores

No recuerdo cómo llegué hasta aquí, únicamente que observé a Carmen Aristegui entrevistando a la periodista francesa Marie-Monique Robin, presentando su libro: El mundo según Monsanto: de la dioxina a los OGM, una multinacional que les desea lo mejor (2008). Me capturó que Monsanto monopoliza la mayor parte de los alimentos transgénicos mundialmente (léase semillas), apropiándose así de la cadena alimenticia… finalmente de los pueblos.

Creada por John Francis Queen (1901), que rindiendo homenaje a su mujer, Olga Méndez Monsanto, montó esta empresa con actividades de químicos. Históricamente la multinacional ha desarrollado un expediente delictivo, desde la contaminación de ríos y medio ambiente, hasta la desaparición de pueblos enteros como Times Beach, que representa “uno de los mayores escándalos de la dioxina en Estados Unidos.”

No hace mucho (2002), Monsanto negoció una demanda que ya estaba perdida, proponiendo “700 millones de dólares” como indemnización para víctimas y para descontaminar un lugar llamado Anniston (EU), por su negligencia en el manejo de PCB, ocasionando que bebés “nacidos de madres contaminadas,” presentaran importantes retrasos mentales, e “índices de cáncer de hígado quince veces mayores” que la población normal.

Respecto a los organismos genéticamente modificados (OGM), o transgénicos, que Monsanto controla, coexisten quienes afirman que son buenos; quienes les señalan contraproducentes para la salud de las diversas especies; o quienes consideran que no son tan malos, pero que sí tendrían ciertas consecuencias patológicas.

Una verdad es que los transgénicos vienen practicándose desde hace siglos. Al momento de cruzar una planta con otra, o un par de animales, ello implica una modificación genética, inclusive refleja tecnología.

Pero el punto crucial es la manipulación genética de una semilla. Si Monsanto “descubre las bondades” de uno de los genes del maíz, por ejemplo, haciéndole más resistente, digamos a una plaga, la multinacional inmediatamente le patenta.

Si un agricultor compra sus semillas, al cosechar éste no podrá guardar aquellas que surjan de la cosecha, menos volver a sembrar. Tendrá que pagar a Monsanto. De no hacerlo, le costará varios juicios en cortes estadounidenses que arruinarán su vida entera, de lo que se narran muchos casos en el libro.

Si usted tiene una hectárea donde no utilizó pesticidas de Monsanto, por ejemplo, y la de su vecino sí, con toda seguridad su cosecha se ‘contaminará’ mediante el viento, derivando en que su trigo, por ejemplo, contenga los genes patentados de Monsanto. Usted tendrá qué pagar, le guste o no.

Las prácticas indolentes de Monsanto debilitan la soberanía alimentaria de las naciones. Hoy ya imponen al mundo cómo y qué hay que cultivar. La lectura del libro es que, los transgénicos son perjudiciales para la naturaleza y el hombre, aunque no hay estudios terminados, debido al poder del dinero.

Sin embargo, día tras día nos alimentamos de ellos sin advertirlo; millones y millones de personas mueren de hambre cada año; y las condiciones actuales de la agricultura no dan para más. ¿Habrá qué evaluar los costos y pagar el precio?

Correo: joseisabeles@hotmail.com
Opinión Virtual: www.youtube.com/joseisabeles


1 comentario:

Anónimo dijo...

En principio, lo que se ha hecho en el pasado no se llama transgenicos, se llaman HIBRIDOS, que no es lo mismo y si es toda una tecnica milenaria incluso.

los transgenicos son otra cosa, totalmente distinta. Es la manipulacion genetica de las semillas y su codigo genetico.