lunes, 4 de octubre de 2010

También los niños nacen de las estrellas

Por: José Guadalupe Isabeles Martínez.

Emmanuel Boundzéki Dongala, africano del Congo, escribió su novela También los niños nacen de las estrellas (Little Boys Come From The Stars). Novela de 299 páginas, cuya traducción corre a cargo de María Teresa Gallego Urrutia.

La historia se desarrolla en la etapa de post Independencia, pues era el 15 de agosto de 1980 cuando nace Michel (Matapari), y día de “fiesta nacional” por el “vigésimo aniversario de la Independencia” (p. 12). Se muestra la introducción de productos manufacturados, cuando la mamá de Michel utiliza un rosario “que era de plástico negro” (p. 72). Otro momento histórico es la celebración del 14 aniversario de la toma de poder del presidente de la República (dirigente del partido único), tres días de fiesta “de desfiles, de deportes, de comilonas” que coincidían con la fecha de Independencia y el nacimiento de Matapari (p. 111).

En el 30° aniversario de la Independencia (1990), Michel cumplía 10 años de edad, y se celebraba el 15° aniversario del golpe de Estado que llevó al poder a los comunistas (p. 114). Hay acontecimientos insoslayables, como lo es el relativo al desprecio por el imperialismo, encarnado en el capitalismo. Esto lo vemos en la competencia por las ventas entre el libanés (Faysal Al Mustafa) con sus latas de conserva, y el viejo tendero Bidié.

La segunda mitad de la novela, describe cómo el régimen dictatorial comunista se empieza a desmoronar al descubrir una supuesta conspiración contra el jefe máximo, de lo que resulta principal implicado Boula Boula. Sobrevienen los juicios y veredictos. En la capital se da inicio a las primeras manifestaciones con ideas sobre libertad, de lo que se desprende el panfleto político que el padre de Matapari recibe un día. “Sufragio universal, pueblo soberano, constitución”, son parte del nuevo léxico (p. 191).

Después, el profesor es arrestado al intentar recolectar firmas, se arma una manifestación del pueblo y los soldados le reprimen violentamente. Este es el acto, según se expone, que funge como catalizador de la gran manifestación en la capital, que es sofocada de forma más brutal aún, resultando en un número de muertos desconocido.

El momento medular, es cuando el partido, en un comunicado final, “decreta la libertad de todos los presos políticos, acaba con el papel dirigente del Partido, autoriza el multipartidismo” y convoca a una Conferencia Nacional. Así comienza el proceso electoral, y con ello nace la democracia (p. 216).

El siguiente, es un extracto del capítulo VI de la obra, que comprende de la página 61 a 68.


***

Como tantas veces me ha dicho mamá, vivir una vida es como ir circulando por una red de carreteras, se topa uno continuamente con cruces. Y no queda más remedio que escoger un camino si se quiere seguir adelante” (Matapari)



Puedo decir que fue realmente con el tío Boula Boula con el que aprendí las cosas de la vida cotidiana. Fue él, además, quien me informó de los acontecimientos que pasaron cuando nací y que ya os he contado. Pese a eso, no puedo deciros en qué trabajaba aquí exactamente para ganarse la vida; de vez en cuando iba a la capital, pero andaba mucho más dando vueltas por el pueblo. De hecho, si me siento tan próximo a él es también porque existe un pacto secreto que nos une desde hace seis años, desde aquél día en que quiso poner a prueba mi valor ante Ma Lolo y descubrió que no era sino un cobarde. Le hice jurar que no mencionaría nunca esa historia delante de los gemelos, me moriría de vergüenza si alguna vez se enterasen de que, pese a dármelas tanto de bravucón delante de ellos, no era más que un gallina. Hasta el día de hoy ha cumplido su palabra. Esto fue lo que pasó.

Era una mañana de la estación seca. La escuela estaba cerrada, los alumnos se habían ido a su casa de vacaciones y papá se había marchado a la universidad de la capital para hacer algunas prácticas de laboratorio que completaban todos los años de enseñanza por correspondencia. Era la estación en que lo hombres y las mujeres encendían fuegos de turba para preparar las tierras de labranza para la próxima estación de las lluvias; así que no quedaba ya nadie en el barrio en el que vivíamos. Mamá se había ido con los gemelos Banzouzi y Batsimba y, como no quise acompañarlos, me quedé solo y estaba en el patio con las canicas. Me entró sed, que es algo que me pasa con frecuencia, y entré en casa de mi tío a beber agua. Entonces fue cuando oí el vozarrón del tío Boula Boula.

- Muy tranquilo está el barrio. Ya no queda nadie y nadie volverá antes de la noche.

- ¿Por qué eres el único hombre que se ha quedado por aquí mientras todos los demás se han ido al campo?

En ese momento, reconocí la voz de tita Lolo, la mujer de Bidié, el tendero viejo que tenía un comercio al que íbamos a veces a comprar jabón o Coca-Cola, o latas de carne y de sardinas cuando no había otra cosa para comer. Le llevaba tantos años a su mujer, que durante mucho tiempo pensé que era su hija. Los niños lo queríamos mucho porque tenía un acordeón, al que llamaba bandoneón; nos había dicho que era el único de toda la comarca. Nos contaba que, hacía muchos años, había sido pinche en Europa y allí había conocido a un argentino que lo había contratado en una orquesta; y, para darnos gusto, nos tocaba tangos, valses, boleros, pasodobles, y más cosas de las que no me acuerdo. A él también lo había visto aquella mañana subirse al camión del señor Konaté para ir a buscar género a no sé dónde. Las dos voces se iban acercando a la puerta. Me entró miedo de que me viera mi tío; me fui corriendo a su cuarto y me escondí debajo de la cama.

- Lolo, ¿no notas que esta estación seca está resultando algo fresca? Ven a hacer un poco de ejercicio haber si entramos en calor.

- ¿No te da vergüenza? Se lo voy a decir a mi marido.

Yo no veía por qué tenía que dar vergüenza hacer un poco de ejercicio, porque muchas veces, cuando no estaba absorto en sus libros, papá nos decía: venga, niños, vamos a hace un poco de ejercicio. Y, un, dos, un, dos, nos poníamos en fila detrás de él, que iba de chándal azul; mis dos hermanos llevaban otros idénticos; y yo, una sudadera, un pantalón corto, y las Nike. Luego le pegábamos a un balón como Maradona, aunque papá nos daba la lata muchas veces con un tal Pelé que, según él, era el mejor futbolista de todos los tiempos y, a su lado, Maradona no era más que un segundón. Siempre acabábamos las sesiones de ejercicio con una frase en latín que papá había leído en los libros; decía: “Trinidad mía –así era como nos llamaba-, mens sana in corpore sano.”

- No sabes lo que te pierdes con ese marido viejo tuyo; venga, ven, que vamos a darle cadencia a las caderas, que vamos a darle vaivén al trasero.

Me di cuenta entonces de que quería bailar con la tita. No os he dicho que el tito [el tío Boula Boula] tenía cuerpo de gimnasio para el boxeo, sino que, además, tenía físico de muy buen bailarín; había que verlo darle a las nalgas en una pista de baile, sobre todo cuando movía las cachas con un ritmo de rumba o de salsa afrocubana. Pero ahora no entendía por qué tenía tanto empeño en bailar porque yo no oía ninguna música.

Tita Lolo decía que no y que no; pero desde debajo de la cama, en donde casi ni me atrevía a respirar para que no me encontrasen, veía que no hacía ningún esfuerzo para resistirse cuando el tío tiraba de ella; entraron en el dormitorio para mayor sorpresa mía, porque normalmente con las visitas se charlaba en el salón y no en el dormitorio; los dos se acomodaron en la cama. Y, de pronto, estaban echados. El somier bajó. Me dio miedo que se me cayese encima. Luego oí que se movían con ruidos de succión, con unos “No, no, no quiero” cada vez más débiles de Tita Lolo y unos “Que sí, que sí, ya verás tú qué bien” cada vez más categóricos de mi tío.

Y luego vi caer junto a mí un pantalón; después, una blusa; luego, una camisa; luego se aceleró la lluvia de ropa, dos pareos, un sostén, una braga, y un calzoncillo. Entonces me asusté de verdad. La cama empezó a moverse de arriba abajo, de izquierda a derecha, una borrasca con unos oh y unos ah apenas suspirados por la parte del tito; mientras que por la parte de la tita, los no, no, se habían convertido en sí, sí, con una expiración muy larga y muy lenta de la i. Yo estaba asustado, muy asustado, no sabía qué sucedía. ¿Se estaban peleando? ¿Se estaban haciendo daño?

Me entró un pánico total cuando de pronto oí a mi tío lanzar un alarido quejumbroso al que siguieron unos estertores de la tita. Y, de pronto, la cama dejó de estremecerse. ¿Había estrangulado mi tío a la pobre mujer de Bidié, el tendero viejo, esa que venía tantas veces a hojear los catálogos de modas de mamá? Al cabo de un momento, se acabaron los estertores y mi tío empezó a roncar. Seguía tan asustado por si había sido testigo de un crimen que, para esconderme mejor cogí la camisa, los pareos, la blusa, el sostén, el calzoncillo y las bragas y me los eché por encima. Se estuvieron quietos tanto rato que, pese a la ruidosa respiración agónica de mi tío, que roncaba como un Mig 23 al despegar, creía que estaban muertos y que había presenciado un crimen en directo. Lo que más me asustaba era que, si le encomendaban la investigación a un James Bond o a un Kojal, se descubriese que yo había estado escondido debajo de la cama y que, en consecuencia era un testigo. A fuerza de no moverme, comencé a quedarme anquilosado. Me armé de valor y decidí echar una hojeada. En el preciso instante en que iba a asomar mi infantil cabeza para acechar lo que estaba pasando y escapar, llegado el caso, la tita Lolo estaba precisamente alargando la mano para coger la ropa que habían tirado al suelo con las prisas, al tiempo que le decía al tito:

- No perdamos el tiempo, que tenemos que irnos.

Con la palma de la mano, abierta para asir la ropa, tentó el suelo del lugar en que suponía que había caído y, al no encontrar nada, metió el brazo debajo de la cama, sin cerrar la mano, se topó con el pelo de mi cabecita crespa, retrocedió luego con viveza, como si la hubiese picado una serpiente, volvió a palpar y de repente, soltó un grito de terror:

- Un diablo, un diablo, hay un demonio escondido debajo de la cama.

Saltó de la cama desnuda, desatentada, asustada y se abalanzó hacia la puerta. El tito pegó un bote, desnudo también, la alcanzó de una zancada, la arrojó encima del colchón y, antes de que le hubiera dado tiempo de agacharse a mirar debajo de la cama, yo salí por pies como un muñeco de resorte, y eché a correr más de prisa que una gacela de las sabanas, desperdigando la ropa de ambos hasta la puerta del salón, que daba a la calle; con el rabillo del ojo vi que la tita Lolo, echada bocabajo, intentaba cubrir su desnudez.

Mi tío me dio alcance mientras intentaba ocultarme tras un matorral de lantana. Me pegó dos buenas tortas y yo me eché a llorar; me sacó brutalmente de la maleza espinosa que me hizo, de paso, mil arañazos.

- Matapari, maldito crío – ahora me estaba dando una azotaina – dime, ¿llevabas mucho debajo de esa cama?

- Sí, sí – dije entre sollozos -, desde antes que entrases en el dormitorio.

Tales palabras, que no eran, sin embargo, más que la pura verdad, parecieron sumirlo en un estado de miedo pánico.

- ¡Me cago en Dios! ¡Mierda, mierda, mierda! Matapari, dime, ¿lo has visto todo, eh? No, no has visto nada, ¿verdad?
-
- Yo… yo… yo…yo vi que os echabais los dos en la cama –dije con la voz entre cortada de sollozos e hipidos-. Oí a tita Lolo decir que no y que no; y, luego, que sí y que sí; luego vi caerse a suelo toda vuestra ropa y, de pronto, la cama empezó a moverse y me dio miedo que se me cayera encima.

- No… no… Ejem, pueees… -dijo mi tío en un lenguaje incomprensible y zarandeándome con fuerza.

- Me asusté sobre todo cuando te pusiste a aullar y la tita a quejarse. Creí que la había matado…

- A callar… No es verdad, no es que se cayera la ropa… esto… la cama no se movía, es que estaba yo sacudiendo el colchón para echar a las chinches y…

- Pero yo vi a la tita Lolo desnuda y que…

- Esto… es decir que… mira… las chinches son muy aficionadas a las mujeres… se les pegan al cuerpo y… y… hay que desnudarlas del todo para…

- Y también te vi a ti desnudo como ella…

- Calla – gritó agarrándome del cuello. Y casi me estrangula.

Miraba a derecha e izquierda, como un animal acorralado. Pero ¿es que pasaba algo? Yo solo estaba diciendo la verdad. Luego de pronto me soltó y se echó a reír.

- ¡Ja, ja, ja! Has picado, Matapari – y me dio una palmada amistosa en la espalda -. Ya ves, te vimos entrar en casa y esconderte debajo de la cama y nos dijimos: “vamos a darle un susto a Matapari.” Entramos en el dormitorio y empezamos a mover la cama y a gritar como si nos estuviéramos pegando. Y luego nos hicimos los muertos. Y funcionó. Te asustaste, saliste como alma que lleva el diablo y bien que nos hemos divertido. Me fui detrás de ti porque te quiero mucho y me he llevado un chasco al ver que eras más cobarde que los gemelos [sus hermanos]. Quien bien te quiere te hará llorar. Por eso te he zurrado un poco. Les montamos a ellos el mismo número, ¿sabes? Enseguida se dieron cuenta de que era una broma y nos reímos todos mucho. Bueno, pues les voy a contar esta historia tan humillante a Banzouzi y Batsimba, para que no se la tengas que contar ti; se burlarán una barbaridad de ti y…

- No tito, por favor, te lo ruego, no se lo cuentes, que me iba a dar mucha vergüenza. Si se lo cuentas me mato.

- No, hijito, si ya sabes que te quiero mucho más que a ellos. Bueno te prometo que no contaré nunca esta historia, pero claro, con la condición de que tu tampoco la cuentes nunca en la vida…

- Lo prometo, tito. Gracias, muchas gracias.

- Si alguna vez la cuentas, no sólo se enterarán los gemelos, sino que, además, también podrían enterarse los brujos y no podré protegerte, mi pobre niño; mandarán a sus búhos, de noche para que te saquen los ojos.

De entre todas las aves nocturnas, a la que más temía yo era al búho. Sabía que era la que usaban los brujos para enviarse unos a otros sus misteriosos mensajes, pero también para que fuera a posarse, ululando en la casa del tejado del hombre al que querían hechizar.

- Y, además, que no se te olvide que, si cuentas esta historia, no te haré incisiones con kaman y, en cualquier pelea de nada, tus hermanos te harán polvo, como si fueras harina de mandioca en un mortero.

- Ay, eso no, tito.

- Eres un buen chico – añadió mi tío satisfecho -. ¿Qué quieres, un bollo o caramelos?

- Una Coca-Cola.

Desde aquél día, somos íntimos y siempre tiene muchos detalles conmigo. Y tita Lolo siempre venía corriendo a mi encuentro, me mimaba y me hacía muchos regalitos, me invitaba a galletas y a zumos o a gaseosa cada vez que entraba en su tienda; y era aún más amable cuando y más cariñosa conmigo cuando estaba allí Bidié, despachando.

Ahora que ya os lo he contado, por compasión, no se lo digáis a nadie, porque, si no, se enterará el tío Boula Boula y no se quedará callado y no me hará las incisiones con el kaman que me dará la fuerza de un búfalo. Revelará al mundo entero que no soy más que una niña comparado con los gemelos y si llegasen a saber esta historia de mi cobardía, me mato de vergüenza. No lo contaréis, ¿verdad? ¿Prometido?

*** ***

¿Qué representan los personajes principales?

Matapari.- Su verdadero nombre era Michel. Nació dos días después que sus hermanos gemelos. Como nunca se había presentado una situación así, se le consideraba como “el espíritu de un antepasado” y que había aprovechado un hueco en el espacio que los gemelos dejaron al nacer, para regresar a la tierra (p. 21). Sólo su padre le llamaba Michel, pero Matapari era un “mote de mal augurio”: el niño de los líos (p. 43), de lo que decían, hacía referencia a problemas, quebraderos de cabeza, etcétera. El sacerdote del pueblo lo consideraba un demonio, más desde aquella vez en que a causa de su pregunta, se cayó de la bicicleta y se rompió la frente. La pregunta fue: “¿sigues soñando con tita Lolo?”, que era la esposa de Bidié (p. 54). El cura pensó que le había leído el pensamiento, mientras que Matapari le había enviado los pensamientos de tita en uno de sus sueños. Era un chico brillante, aunque muy precoz. De hecho, aprobó “el examen de ingreso de bachillerato al acabar el quinto curso de primaria” (p. 140). Al final, ya estaba a punto de cursar estudios universitarios, y se interesaba ampliamente por las ciencias, como su padre. Era el único de sus hijos, que se interesaba por los asuntos de su padre y sus descubrimientos.

En realidad, Matapari fue olvidado en el vientre de su madre, según se expone, al nacer, y por ello nació dos días después que sus hermanos gemelos. Aunque en todo caso, debía ser considerado también como uno de los trillizos que nacieron aquél día, no obstante no se parecía a ellos.

Boula Boula.- Hermano de la madre de Matapari. Dirigente del “socialismo científico” del periodo revolucionario que se destaca (p. 13). Tenía cierta reputación ante Matapari, el sobrino lo creía alguien respetuoso, aunque tal distinción la fue perdiendo al mismo tiempo en que se daba cuenta de quién en verdad era Boula Boula. Un día le contó que tuvo una oficina en la capital (Oficina de Ideas Gratuitas), y ayudaba a resolver problemas a la gente, sólo cobraba si sus ideas funcionaban. Había tenido que salir de la capital, unos decían que salió huyendo, otros que lo corrieron. No obstante, a Matapari le platicó que él se retiró por iniciativa propia (p. 56). La verdad es que el tío era un embustero. Boula Boula siempre buscaba la manera de obtener beneficio de donde podía, sin abusar necesariamente de la gente, sino del partido al que en su momento sirvió. Basta recordar cuando presentó a un miembro del Buró Político ante su cuñado el profesor y su hermana, y los hizo pasar como camaradas de la organización. El tito, como le llamaba Michel, se hizo representante del presidente de la República. Para una de las celebraciones del aniversario de la Independencia, el tío aprovechó para hacer negocios, como el restaurante que se construyó, entre otras grandes obras, por intermedio de las empresas creadas por el tito. Obras que luego quedaron en el olvido.

Papá.- Padre de Matapari, era uno de los maestros de la localidad. Era un hombre muy educado, siempre había misterios por responder para él. Desde el nacimiento de Michel, se había puesto a estudiar qué había detrás de aquella situación, y a encontrar la explicación del desfase de 48 horas entre sus hermanos y él (p. 52). Era un hombre culto y de ciencia, “siempre estaba leyendo enciclopedias gordas y todas las revistas que recibía sin parar”, compartía con Michel sus emociones tras descubrir algo nuevo en su “despachito atestado de libros” (p. 69-70). El papá era un hombre justo y honrado, siempre hablaba con la verdad que había aprendido de los libros, y estaba en desacuerdo en que a las personas se les engañara gracias a la ignorancia. Nunca estuvo de acuerdo con el proceder de los dirigentes del partido.

Mamá.- Una mujer ampliamente religiosa, creía más en dios que en las explicaciones que podía ofrecer la ciencia. Quería mucho a sus hijos, pero a Michel lo trataba diferente debido a las circunstancias de su nacimiento. Siempre desnudaba indirectamente su temor de hacer convivir juntos a sus tres hijos. En una ocasión, cuando su hermano Banzouzi estuvo a punto de ahogarse a causa de una de las cuentas de un rosario, y éste pidió ver a su hermano gemelo Batsimba; Mapatari se levantó tras él, y su madre, en el dispensario médico, le evitó la entrada sin razón (p. 73). Cuando el chico estornudó y sacó por la nariz la cuenta, su madre se lo atribuyó a “un milagro”, mientras que su padre dijo que fue “consecuencia de un estornudo inesperado” (p. 76). Por lo regular, su madre pensaba siempre en arreglar las cosas en base a los rezos, y demostrando su inquebrantable fe hacia dios, pero eso no funcionaba. En una etapa de su vida, ella sólo conocía la espiritualidad cristiana, pero después comenzó a leer algunas cosas, y eso le permitió establecerse un criterio menos parcial. Lograba aceptar los razonamientos de la ciencia, pero siempre ponía a dios por encima de todo: “¡Dios es omnipresente! Está dentro y fuera de la física”, puntualizaba (p. 281).

Es de un valor superlativo, que el lector tenga oportunidad de leer obras literarias como la aquí descrita. Ya que da cuenta de una forma más fehaciente de la realidad vivida por las comunidades africanas del siglo XX (en este caso), apegadas a una visión nativa de cómo se percibían los sucesos, que puede resultar en una paradoja, al contrastarse con una visión occidental. Básicamente, como se ha expuesto, Dongala pone de manifiesto cómo vivieron el periodo de post independencia en el país, con el dominio y subordinación del partido comunista. Posteriormente, el énfasis capital se encuentra el nacimiento de la democracia, que aunque no se desarrolla en la novela, sí comienza a parecer ampliamente prometedora.


Bibliografía.-

DONGALA, EMMANUEL B. (2003) También los niños nacen de las estrellas. Traducción de Maria Teresa Gallego Urrutia. España. Ediciones El Cobre.

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