miércoles, 1 de noviembre de 2017

Pobreza y aislamiento social

José Isabeles

Leyendo uno de los trabajos de las investigadoras Mercedes González de la Rocha y Paloma Villagómez, donde plantean una comparación entre el instrumento etnográfico y la realización de encuestas en la investigación social, me encontré con algunos aspectos que me parecen interesantes. Las investigadoras tratan de explicar cómo el aislamiento social está relacionado con la pobreza de las personas, pero a la vez interviene otra variable de estudio como es las redes sociales, pero no las virtuales, sino las de calle, las que permiten estrechar la mano y tomarse un café con alguien.

En algún punto de la descripción investigativa, tanto González como Villagómez intentan relacionar la pobreza como consecuencia de la falta de relaciones sociales (o redes sociales), y por el contrario podría pensarse en el supuesto de que; quienes son ricos o se encuentran en una situación socioeconómica más favorable, lo son por el gran número de redes sociales que han establecido: amigos, compadres, padrinos, vecinos, con quienes han construido relaciones prósperas de amistad y a profundidad. Sin embargo sobre dicho supuesto, diríamos que la riqueza no necesariamente sería consecuencia de dichas redes sociales, en tanto que hay personas profundamente individualistas y de pocos amigos que son ricos o viven en mejores condiciones económicas que aquellos que tienen una innumerable lista de contactos cercanos.

Uno de los aportes de la investigación, señala que se puede “observar el florecimiento de relaciones sociales en contextos de bonanza económica”, lo que podría parecer obvio, ya que al tener más dinero una persona puede contar con la solvencia para mantener esas redes sociales en persona. Se enfatiza que “a mayor cercanía física… económica y social, mayor confianza y más frecuentes intercambios”, esto quiere decir que las redes sociales persona-a-persona, producen mayores interacciones en dar y recibir recursos diversos, tales como reciprocar favores, dinero, tiempo, u otros.

Sin lugar a dudas, alimentar esos vínculos sociales cuesta dinero, tiempo y esfuerzo; tomar un café con otra persona, dirigir una llamada telefónica o mantener comunicación vía Internet, requiere al menos una inversión económica destinada al mantenimiento de esas redes, que en la medida en que maduren podrían resultar más y más fructíferas, generando un clima social de ganar-ganar.


Twitter: @joseisabeles

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