Tras el fallo del tribunal electoral referente a la validación del proceso y jornada celebrada el 1 de julio, en que resultó ganador Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional (PRI), se desmoronaron todas las posibilidades de que el País asumiera un cambio radical a favor de una auténtica democracia –sin que el término resulte violento y venenoso- y en poco tiempo. Esto, pese a las manchas de corrupción al descubierto sobre el personalismo del señor Andrés Manuel López Obrador. No existe garantía de que un sexenio Lopezobradorista hubiese sido el mejor, pero sí se acercaba más al ideal de una democracia seria, no de una desbordada en falsedades, basta ver sus posturas en torno a temas capitales de la política nacional, como el sindicalismo, el Fobaproa, Pemex, entre otros.
Apenas unos 19 millones de mexicanos dieron el triunfo a Peña Nieto, de una enorme masa de 79 millones de connacionales que tuvieron oportunidad de asistir al hecho sexenal. Insistimos que no únicamente se votó por él, es decir, muchos votaron por el PRI en tanto corporación de intereses; otros por la mercadotecnia y la estrategia comunicacional que, es verdad, tocó fibras sensibles de los mexicanos de la mano de herramientas cuyo objetivo exclusivo es persuadir, al costo que sea. Millones votaron conmovidos por la efigie de la armonía, del buen ver, de la supuesta conciliación y estética. Millones más no votaron por Peña, sino en contra de López Obrador.
A López Obrador le fue imposible limpiarse el estigma de revanchismo; polarizador; del personaje del resentimiento; de quien, al final del día, “no sabe perder”, diría el régimen dirigente del priato. Hoy incluso hasta medios internacionales de comunicación como El País, de España, tratan de incidir en alguna forma sobre la política nacional, exhortando a Obrador a “ser parte de” este México que encabezará formalmente Peña Nieto, aunque de facto el PRI de Carlos Salinas de Gortari y otros PRI sean ejes fundamentales. Hay que preguntar por qué habría de hacerlo el político de Tabasco, ¿por qué no lo invitan a continuar consolidando y puliendo ese bloque de oposición en México como contrapeso al poder? ¿Podemos entonces afirmar que el diario El País tiene intereses particulares con el presidente electo de México emanado del PRI? Yo así lo creo.
Peña Nieto, el de Atlacomulco, representa “lo nuevo”, lo “novedoso”, el producto atractivo del mercado electoral; mientras que Obrador no es más que el producto viejo que ya te intentaron vender y que siguen insistiendo en hacerlo; el político rencoroso y muy bien asociado al populismo y los liderazgos de América Latina que Estados Unidos y occidente se han encargado de desprestigiar. Naturalmente, es lo que millones de mexicanos hoy rechazan, y no hay que preguntar por qué. Cómo no va a ser si a cada instante somos azotados por las artes de la mercadotecnia que “vende e incluso regala” todos los recursos para la instauración de una democracia (a modo y ampliamente manipulable). Una democracia desechable.
Nuestro México se ha ido occidentalizando a pasos apresurados, con –por ejemplo- Televisa, la televisora más imponente del mundo de habla hispana, y su programación “para jodidos”, donde los contenidos televisivos son más deformativos que formativos. Destruyen la semilla del intelecto con contenidos como aquellos de la peruana Laura Bozzo inclinados al morbo por demás inútil.
En la más grande frontera compartida entre un país en el subdesarrollo y un país desarrollado (México y Estados Unidos), nuestro País se enfrenta ante la idealización de productos y servicios por cuya estética resulta más placentero obtener, hablamos de calzado, vestido, electrónicos, electrodomésticos, coches, casas, servicios y la idealización de lo material, sin olvidar que, en ese contexto, una vida mejor se encuentra asociada a la “gente bien” o “nice”, todo ofertado hoy día de la mano de los servicios financieros. Peña Nieto es muy bien el símbolo de este sistema de banalidades, del “compre hoy, pague después”.
Se hizo presente la resistencia al cambio en un ambiente de imposición. Lo que nos espera a los mexicanos es la continuidad del viejo régimen de oligarcas que iniciaron la época del desmantelamiento del Estado Nacional a finales de la década de 1980. Sí creo que veremos cambios sistémicos clave, pero no en la profundidad que se requieren, más cosméticos eso sí. Seremos testigos de cambios más de forma que estructurales. Tanto que podrá ver más campante que nunca a don Carlos Salinas de Gortari y los mismos pillos de siempre, hoy purificados. No espere más. Arribarán a administrar el poder, pero no a desencallarlo de su punto actual.
PD. Qué le importa a Felipe Calderón y a su camarilla el gasto exorbitante en publicidad final de sexenio, si al cabo ya se van…
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