miércoles, 8 de agosto de 2012

La noche de los tiempos

El mantra empezaba a fluir entre los reunidos a la congregación, fundadores ahí del punto cero de la noche de los tiempos…

LPL José Isabeles

Era esta la noche de los tiempos, de fecha y hora en abstracción, inmemorables, no era ficción sino punto intermedio entre el umbral y fin del espacio en el presente. Así era esta noche, llena de culto y pura divinidad, la noche de los tiempos.

Eran espacio y tiempo mera ilusión ante la anómala concepción de la noche; en nuestras mentes, “lo más bello”, decía el francés, nos es invisible a los ojos. Era la noche de los tiempos la que nos haría seguir más allá de los miedos, resultando así en conceptos terrenales infalibles.

Volvía el europeo de entre los grandes mistificadores de estos tiempos, diciendo que el azar referenciado no lo era, sino que estaba basado sobre dos elementos capitales: la fuerza de gravedad y la emoción personal. “Tú creas la diferencia”. Una bola de juego sobre una mesa que gira, caerá en el casillero donde debe caer y en el número que debe ser “porque así tiene que ser”, solo en función de estos elementos: gravedad y emoción.

Fueron otros los tiempos en que hombrecitos y mujercitas eran aprisionados por ese espectáculo carcomido de banalidad, espectáculo hecho liturgia. Todo era entonces caminos inversos, para lo bueno y lo malo, lo sano y lo malsano, lo compuesto y descompuesto. El mismo camino pero a la inversa al que pocos daban crédito. Mas no era esa la noche de los tiempos.

Nada parecía importar por aquella edad en que el escenario se subyugaba y giraba en torno al bastión del espectáculo, tremenda fortificación de falsa belleza e igual regodeo. Eran otras épocas hoy lejanas en que nuestras criaturas se conformaban con saber lo que en realidad no sabían, que algo les era imposible, y así en un ir y venir iban cancelando progresivamente todas cada una de sus posibilidades de cambio. Era vasto el horizonte en que la pretensión esquivaba al prurito.

Algo tenían en común Andy Andrews con su best seller “The Traveler’s Gift”, y ese francés tildado aquí y allá de embaucador. Lo soñado no estaba ganado aún, mas estaba allí a la espera de luchas incesantes solo de aquellos atrevidos e intrépidos seres.

Por aquellos años en que infinidad eran esclavos de la sorpresa, la faramalla y el pasatiempo, muy pocos alcanzaban a imaginar siquiera aquél punto medio infinito, hueco de la noche de los tiempos. Satirizados a sí mismos, en número incontables. No era el momento aún para la noche de los tiempos.

El misterio de la vida lograba menos extraer a los pequeños seres de la apoplejía divina que muchos atribuían a toda esa estructura de dioses mundanos. Mientras tanto los bacanales seguían siendo y persiguiendo la luz de cada día.

Pero el momentum definitivo arribó tras la caída de la noche, el eón comenzaría en este preciso santiamén a abrir de par en par la iniciación de la noche de los tiempos, la Gran Noche vivamente esperada y hecha antesala por pocos. El mantra empezaba a fluir entre los reunidos a la congregación, fundadores ahí del punto cero de la noche de los tiempos…

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