miércoles, 23 de diciembre de 2009

El Libro de las Tempestades

Así estaba previsto en el libro de las tempestades, “una era culmina, una más se abrirá paso entre los vestigios socavados de las postrimerías”. Escrito en sánscrito, la lengua más antigua de la que se haya tenido memoria y registro, era una absoluta revelación. Muchas cosas en el lugar habían sido ocultadas a los habitantes, dotados sólo de un poco de razón, aunque no privados del todo, pues estaban destinados a desarrollar su máximo potencial. El problema: que al menor logro, los pobladores tendían a abatirse entre ellos.

Ya era diciembre, los vientos soplaban de norte a sur, de sur a norte, ocasionalmente su dirección era todas a la vez. La pequeña ciudad que hoy se toma de referencia, ha sido ineluctablemente prohibida para quien con una de las puntas del ala de un murciélago blanco escribe. El nombre de la incipiente ciudad era S…, debajo de ella yacía una amplia civilización de seres del espacio, que vivían sin necesidad de la iluminación directa del sol, aunque la tenían. Su vida, a una cantidad de kilómetros que tampoco está permitida revelar, era una vida inteligente.

Sólo uno de los pobladores de S…, que en el siglo XX aún vivía, había tenido el privilegio de descender a la tierra hueca por una invitación de alguno de los seres, pero había muerto por no saber aquilatar el secreto revelado: “S… será un día la ciudad más esplendorosa que jamás haya existido en la región y el llano entero; no será grande, pero tendrá todo lo que una metrópoli pueda soñar…”. Igualmente le fue revelada la fecha con exactitud, con la promesa de que sólo él podía encausar los fines de los pequeños seres del espacio en la pequeña ciudad, que comúnmente se debatía entre volver a ser pueblo o erigirse en ciudad.

Los seres inteligentes lo eran tanto que, su única preocupación era, como dijera Gabriel García Márquez, “sentarse a pensar”. Nadie había vuelto a descender luego de la falta de lealtad del poblador, era el más justo, el más recto, pero no lo logró. Era diciembre, fecha en la que ellos solían ascender a la superficie y caminar entre los aún pueblerinos, sólo podía reconocérseles por una sola cosa: su cabello despedía un olor a muerte inconfundible. Por esas fechas también suele ausentarse la luz, los apagones son frecuentes, pero nadie los piensa a conciencia.

El tiempo se agota, los seres buscan entre las gentes a la mejor mujer u hombre de fe, pues la justicia y rectitud no valen por sí solas. Esta Navidad, puede que sea la última, porque el libro es muy claro: “sólo aquél que haya aprendido del ejemplo de su error, sobrevivirá... No habrá entonces hombre sobre la faz del lugar, con prejuicio alguno de sus semejantes”. Los vientos soplan, soplan fuerte, ahora su dirección es todas a la vez; la luz se ha ido; el frío se aprecia abrazando puertas y ventanas lugareñas… ya no puedo escribir, porque tales, son asimismo señales de su presencia.


PD. ¡Feliz Navidad!

Opinión Virtual: www.youtube.com/joseisabeles
Correo: joseisabeles@hotmail.com

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