Estaba leyendo el capítulo II de Víctor Manuel Durand Ponte, “Valores, actitudes e ideología”, de su libro Ciudadanía y Cultura Política (2004). Se basa en tres encuestas realizadas en 1994, 2000 y 2001, y aunque por el tiempo transcurrido se puede dar lugar a cierto sesgo en los resultados, los elementos de análisis son verdaderamente interesantes.
En una estructura social horizontal, se crean vínculos cuyo componente principal es la confianza, construyendo lazos de solidaridad y ayuda mutua, derivando en un capital social sustancial para gestionar y consolidar cambios en sociedad. La herencia del régimen post-revolucionario, dejó una desconfianza monumental, valores y actitudes propios del régimen, sin socavar que los militares en el poder desempeñaron un papel incuestionable en la consolidación del sistema político, dada la inestabilidad del país.
Durand expone que los mexicanos debemos ser tolerantes hasta con los intolerantes, y que sólo se dejaría de serlo en tanto el régimen democrático se encuentre en peligro. La Secretaría de Gobernación preguntó en 2001: “¿Estaría de acuerdo con que saliera en televisión una persona que usted sabe va a decir cosas que están en contra de su forma de pensar?”, 54% dijo que no, 32.9% dijo que sí. Los datos destellan la intolerancia en los mexicanos.
Otra interrogación fue: “¿Lo mejor que una mujer puede hacer es ocuparse de su casa?”, en 1993 62.2% estuvo “muy de acuerdo”, en 2000 fue el 17.7%. Notoriamente la tendencia disminuyó. En el caso de los homosexuales, se planteó si “son personas que deben ser aceptadas como cualquier otra”, en 1993, 32% estuvo muy de acuerdo; en 2000, 39.7%.
A la consulta “¿El país funcionaría mucho mejor si fuera gobernado por líderes duros (severos o estrictos)?”, en 1993 el 18.5% dijo estar muy de acuerdo, en 2000 bajó a 11.9%, y en 2001 se incrementó a 39.6%; mientras que el 46.3% está “poco en desacuerdo”. Para el caso de los hombres, en 2001, 55.4% está de acuerdo con líderes duros, mientras que las mujeres representan 52.5%. Este último dato se puede vincular con un rechazo al machismo.
En 2001 se preguntó: “¿Se puede confiar en la mayoría de las personas?”, 74% contestó que no. Para: “¿La mayoría de la gente frecuentemente ayuda a los demás?”, 74% contestó negativamente. Para la premisa: “si uno no tiene cuidado de sí mismo ¿la gente se aprovechará?”, 68% estuvo de acuerdo. Estos testimonios reflejan la confianza interpersonal, y cómo en ese momento se daba lugar a un capital social pobre, que podría no ser muy diferente al actual.
A la luz de la información, podemos darnos cuenta cómo en nuestra sociedad actual la confianza no es quizá predominante, pero sí como dice Durand depende, no del régimen (democrático o autoritario), sino de la “reciprocidad” con que actúa el gobierno en función de sus ciudadanos. Indudablemente, debemos prestar atención a los visos de autoritarismo, a actitudes y valores que nos caracterizan, tratando de erradicarles. Porque el desencanto en sociedad presenta regresiones al pasado, que junto a la desconfianza generan amplia apertura al indeseable populismo y seguramente al autoritarismo.
En una estructura social horizontal, se crean vínculos cuyo componente principal es la confianza, construyendo lazos de solidaridad y ayuda mutua, derivando en un capital social sustancial para gestionar y consolidar cambios en sociedad. La herencia del régimen post-revolucionario, dejó una desconfianza monumental, valores y actitudes propios del régimen, sin socavar que los militares en el poder desempeñaron un papel incuestionable en la consolidación del sistema político, dada la inestabilidad del país.
Durand expone que los mexicanos debemos ser tolerantes hasta con los intolerantes, y que sólo se dejaría de serlo en tanto el régimen democrático se encuentre en peligro. La Secretaría de Gobernación preguntó en 2001: “¿Estaría de acuerdo con que saliera en televisión una persona que usted sabe va a decir cosas que están en contra de su forma de pensar?”, 54% dijo que no, 32.9% dijo que sí. Los datos destellan la intolerancia en los mexicanos.
Otra interrogación fue: “¿Lo mejor que una mujer puede hacer es ocuparse de su casa?”, en 1993 62.2% estuvo “muy de acuerdo”, en 2000 fue el 17.7%. Notoriamente la tendencia disminuyó. En el caso de los homosexuales, se planteó si “son personas que deben ser aceptadas como cualquier otra”, en 1993, 32% estuvo muy de acuerdo; en 2000, 39.7%.
A la consulta “¿El país funcionaría mucho mejor si fuera gobernado por líderes duros (severos o estrictos)?”, en 1993 el 18.5% dijo estar muy de acuerdo, en 2000 bajó a 11.9%, y en 2001 se incrementó a 39.6%; mientras que el 46.3% está “poco en desacuerdo”. Para el caso de los hombres, en 2001, 55.4% está de acuerdo con líderes duros, mientras que las mujeres representan 52.5%. Este último dato se puede vincular con un rechazo al machismo.
En 2001 se preguntó: “¿Se puede confiar en la mayoría de las personas?”, 74% contestó que no. Para: “¿La mayoría de la gente frecuentemente ayuda a los demás?”, 74% contestó negativamente. Para la premisa: “si uno no tiene cuidado de sí mismo ¿la gente se aprovechará?”, 68% estuvo de acuerdo. Estos testimonios reflejan la confianza interpersonal, y cómo en ese momento se daba lugar a un capital social pobre, que podría no ser muy diferente al actual.
A la luz de la información, podemos darnos cuenta cómo en nuestra sociedad actual la confianza no es quizá predominante, pero sí como dice Durand depende, no del régimen (democrático o autoritario), sino de la “reciprocidad” con que actúa el gobierno en función de sus ciudadanos. Indudablemente, debemos prestar atención a los visos de autoritarismo, a actitudes y valores que nos caracterizan, tratando de erradicarles. Porque el desencanto en sociedad presenta regresiones al pasado, que junto a la desconfianza generan amplia apertura al indeseable populismo y seguramente al autoritarismo.
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Durand Ponte, Víctor M. (2004). Ciudadanía y cultura política. México 1993-2001 (Capítulo II). México. Editorial Siglo XXI.
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