LPL
José Isabeles
En esa era de la
globalización, donde los habitantes del país se embelesaban con los triunfos de
equipos de futbol nacionales, con la embriaguez de las llamadas redes sociales,
las series de televisión ahora por esquemas digitales o la liturgia de la
religión; se cocía a fuego lento el gran espectáculo de todas las pequeñas
partes del sistema dominante, que confabulaba sutilmente en contra de todo un
país.
Mientras aquello ocurría, y
en medio del falso espejismo de una república moderna o posmoderna, como se
referían a ella las grandes corporaciones pro-oficialistas; un grupo de
hombres, qué digo hombres, un puñado de hombrecillos sin miramientos, afinaba
últimos detalles en el sótano de aquella antigua mansión, con vestigios de
potencia explotadora que otrora colonizó y sometió las fértiles tierras y
raíces de este pueblo; los destinos de millones y millones de personas en la
república.
La gente vivía enajenada,
por una razón u otra, muchos perdiendo el tiempo trabajando para mantener (sin
saberlo), a ese puñado de truhanes y sus gazapos; otros buscando ganarse una
vida, una vida que muy pronto no les pertenecería. La suerte estaba echada, se
preparaba desde los sótanos de aquella antigua fortaleza, la quiebra económica
y financiera del país.
Quien lo iba a decir, el
pueblo entero era gobernado por una maña de embusteros, políticos apátridas, sí,
otros empresarios de alta cepa, jueces y por supuesto, la clase militar bien
representada. La decisión se había tomado, y el plan había sido escrito. El
caos se orquestaba muy a pesar del taimado presidente del país en turno. Necesitaban
sacudir al pueblo para imponerles nuevas deudas y con esto nuevos miedos, pero
ésta como aquella de hacía apenas 22 años, era la madre de todas, y no serían
120 mil millones de dólares, la cifra era espeluznante, tanto que no me atrevo
a siquiera decirla.
No había mucho por hacer, la
oligarquía tenía muy bien organizada a su camada de peones y recibía el apoyo
casi ilimitado de esos mercenarios extranjeros. La nueva estructura de
sometimiento estaba en marcha y a la espera del toque final. Aceitarla generaría
miles de millones de libras en ganancias, que se irían directitos a arenas
internacionales.
Chile en otro siglo y,
recientemente la pobre Venezuela, constituían ejemplos de los embates ultraconservadores,
del boicot que la superestructura global imponía sin recato; de aquellos
pequeños hombres a veces disfrazados de izquierda, centro o derecha, según
fuera el caso, o mejor dicho, el negocio. Y que vendían su conciencia a otros y
hasta la esperanza de sus pueblos.
Incesante, la época seguía
su marcha, pero nada cambiaba para el pueblo oprimido; todo sí, era abundancia
para la reducidísima clase ladina que ese séquito encarnaba. La ruina del país
estaba echada, no importaba qué ni cuando, sólo importaba el éxito en cada una
de las fases de ejecución. El final de año estaba cerca, y ciertamente no sería
un buen final, para ello no habría las suficientes razones, más el pueblo sería
el último en saberlo.
Twitter: @joseisabeles
Correo: isabelesjose@gmail.com
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