“Anna, esto no tiene sentido. Si el chico ha hecho sus deberes para mañana, puede empezar a hacer los del día siguiente. O los que tenga para cuando acaben las vacaciones […]. Te lo digo, Barry, no trabajas todo lo que deberías. Vete ya antes de que me enfade contigo.” (Padre de Barack Obama).
Barry o Bar, era el nombre con el que llamaban a Barack Hussein Obama, cuando éste era un niño. Descendiente de la tribu de los Luo, en el país africano de Kenia; nace en Honolulu, Hawái en 1961. Adopta también el nombre de “Hussein”, por su abuelo paterno, Hussein Onyango Obama (1895-1979), que vivió la colonia de los ingleses en Kenia, y a su vez sirvió a un oficial británico como cocinero en la Segunda Guerra Mundial.
El libro Los sueños de mi padre (Dreams from My Father, 1995) de este singular afroamericano, es una autobiografía que consta de 404 páginas en su versión en español, y se divide en tres partes: Los orígenes, Chicago, y Kenia. La casa editorial es Random House Mondadori.
El texto comienza en Nueva York, cuando Obama vivía allí. En uno de sus días, recibió una llamada telefónica cuya línea estaba llena de interferencias. Hablaba su tía Jane en Kenia, para anunciarle que su padre había muerto en un accidente automovilístico. Se relata que, aunque no conoció a su padre más allá de aquella única visita que le hizo a él y a su madre durante un mes, cuando Obama tenía unos 10 años de edad, sintió la necesidad de dimensionar su pérdida.
Su madre se casó con un indonesio, después de que su padre regresó a Kenia egresado de Harvard. Obama y su madre se trasladaron a Indonesia a vivir con su nuevo esposo a quien llamaban Lolo. Obama fue matriculado en una escuela musulmana donde se le enseñó el Corán durante dos años. Aunque posteriormente también atendió una escuela católica durante el mismo tiempo.
En las descripciones de su vida estudiantil se ponen al descubierto los excesos de la juventud, sin que ello deba ser causa de alarma para alguien, por ejemplo de sus borracheras los fines de semana, o que de vez en vez consumía cocaína para pasar el rato: “Los porros ayudaban, y el alcohol; también una rayita de coca cuando podías permitírtela. Pero nada de heroína […]” (p. 88).
En un momento de su vida, Obama “no tenía ni la menor idea de lo que iba a hacer” con su vida, pero decidió ingresar al Occidental Collage. Posteriormente, resolvió ser organizador comunitario en 1983, sin que hubiera entonces mucha información sobre ello. Es así que esta parte transcurre en Chicago.
Ahí, Obama fue contratado por un blanco para realizar labores de organizador comunitario. Buscaban resolver o ayudar a canalizar demandas sociales de la comunidad, hacia el gobierno de la ciudad. Se muestran las relaciones que se tejieron con las iglesias locales, entre blancos y afroamericanos, y de cómo enfrentaban comúnmente serias dificultades de respuesta de la gente, así como del gobierno mismo. Muchos de los éxitos son igualmente descritos.
No quiero dejar de compartir las circunstancias de su padre en Kenia. Tras regresar de Harvard (que por cierto ha sido desplazada como la mejor universidad del mundo, por Cambridge), a África, “al Viejo [padre de Obama] le fue muy bien”, trabajaba para una petrolera estadounidense, la Shell, se menciona. Posteriormente laboró para el gobierno. Todo cambió cuando las divisiones de tribu en el gobierno se ahondaron hacia a década de 1960. El gobierno se plagó se intrigas, una terrible corrupción reinó, favoritismos y demás cosas de las que el padre de Obama no podía callar. Comenzó a hablar abiertamente.
El hecho le costó el alto cargo que ostentaba en el gobierno, porque además se quejaba de que cómo era posible que personas mal preparadas a las que encima él tenía que enseñar, tuvieran cargos más importantes que él. Lo tildaron y etiquetaron como problemático. El presidente del país, que era de una tribu opuesta, (Kikuyu), le dijo que “como no podía tener la boca cerrada, no volvería a trabajar hasta que andase descalzo”. Y así fue, porque aunque consiguió en lo inmediato un trabajo en el Banco Africano de Desarrollo en Addis Abeba, el gobierno canceló su pasaporte y ni siquiera pudo salir de Kenia. La pobreza se hizo presente (p. 201-202).
La última parte del libro, relata el encuentro con sus familiares en Kenia, que no había conocido hasta su viaje ya en una edad suficientemente adulta. No obstante se cuestiona el por qué de no haberlo hecho antes, las líneas dejan ver un temor interno a enfrentarse con esa realidad, e incluso un sutil rechazo hacia lo suyo y la tierra de donde él mismo había salido, porque sus raíces están en Kenia. La obra es así, una historia de raza y herencia que nadie debe perderse.
Opinión Virtual: www.youtube.com/joseisabeles
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