Aquél día parecía ser uno más, un mañana habitual en la vida de los semejantes. La noche cayó exhausta ante la imponente aurora, mas pocos saben que su aliento es nunca igual. Era un hombre de sueños e ilusiones, pero también de realidades. No solía decir adiós, porque nunca se alejaba, permanecía siempre aunque estuviera ausente. Pero aquél día, aquél maldito día permanecería marcado en la historia de esos seres.
Lejos pero muy lejos parece estar Sayula entero, de pasar a ser una ciudad homóloga a Monterrey o Nuevo Laredo. El terror que se vive en Monterrey y Nuevo León, se ha hecho ya costumbre. Las balaceras en la colonia Roma son cosa común, los tiroteos por avenida Garza Sada poco a poco dejan de amilanar.
Cuando no es Cadereyta lo es Juárez, Nuevo León; cuando no es García, es China, Nuevo León; cuando no han sido los “tapados” han sido los sicarios bloqueando avenidas a plena luz del día. No, Sayula está muy lejos de esto, mas nadie está exento.
Hoy nos dolemos ante el desconcierto, los sucesos se vuelven actos sin respuesta. En Sayula o lejos de aquí todos preguntamos ¿por qué, por qué ella? La desgracia ajena siempre articula, cuando ésta pasa cada pieza vuelve a su lugar, a su trinchera. Imposible saber que esto sea el final de algo, o el principio de un mal presagio para nuestra sociedad.
Sin embargo, lo que lentamente es desbordado en Sayula no puede ser otra cosa que la reverberación de la descomposición social, signos de un desgaste marcado y progresivo del eje societal. Sayula es al momento prueba y resultado del abandono al que ha sido sometida por cien años, desde la Revolución mexicana que no sirvió más que para enriquecer a unos cuantos, darle un rancho a Pancho Villa y aplacarlo, para subyugar con migajas a una masa amorfa.
A Sayula, sus gobernantes le han maiceado siempre, y más doloroso aún: el abandono de sus propios hijos. Porque la construcción y gloria sayulense y mexicana, no será mediante sola obligación partidista, sino también de su gente. México es una construcción social, aunque se le ignore.
Nuestras niñas, niños, y jóvenes, son hoy nuestras realidades, y más que esperanza son fruto de la municipalidad toda. Un fruto que mañana será apreciado a la luz de los recuerdos en que se habrán convertido estos pensamientos. Un fruto que le veremos podrido y putrefacto, o que será ensalzado por su fastuoso esplendor.
En no cruentos enfrentamientos caía ahora el día ante la despiadada pero majestuosa noche. Se alejaba el terminable día para no volver jamás, jamás porque ya nada es igual. Con él se llevaba la mar, con él las olas y los lastimosos rayos de aquél sol; con él hombres y mujeres destinados a no regresar jamás, con él la vida y la alegría de sus almas. Pero quedaba algo que aquellos funestos días no podrán arrancar: el recuerdo inalterable de sus vidas.
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