domingo, 12 de julio de 2015

Del uso de la fuerza y la violencia del Estado contra el magisterio nacional

Llegó el momento de las asambleas magisteriales disidentes, es la hora del primer Congreso Internacional Magisterial.

LPL José Isabeles

En México se viven tiempos difíciles, y quizá se han padecido desde siempre. Durante la colonia española fuimos un país muy desigual, plagado de pobreza. Hoy no somos la excepción. Seguimos igual o peor a la luz de la modernidad, la globalización y los avances científico-tecnológicos con que vivimos. La Independencia tanto como la Revolución Mexicana (hace dos siglos) esgrimió los frutos de la lucha social y las conquistas laborales del mexicano, sin embargo la clase política de la mano de la clase patronal o dueños del capital, tejen día tras día aquellos mecanismos que les permiten continuar explotando al pueblo mexicano, esquilmándole sin el más mínimo remordimiento. Es por ello que debemos despertar.

Cuando el surgimiento del Estado nación se consolidó, lo hizo gracias a uno de los principios fundamentales como es el monopolio de la fuerza y uso exclusivo de la violencia, legal y legítimamente es el Estado a través del gobierno(s) la entidad abstracta que tiene el derecho casi exclusivo de emplearla. Sin embargo, en contra parte es el pueblo quien tiene la potestad exclusiva, natural e insoslayable (lo diga o no un texto constitucional) de modificar abruptamente –si fuese necesario–, la forma de su gobierno, así lo hizo el pueblo francés en 1789, de donde emanó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, así lo hizo México en 1910.

Durante las últimas dos décadas del siglo XX se acrecentaron (¿o continuaron?) las protestas sociales y gremiales de los trabajadores respecto a la pérdida de bienestar, a la pérdida de derechos laborales y muchas de las conquistas que parió la época revolucionaria en México, los ferrocarrileros salían a las calles de la capital desde la década de 1950, los mismos maestros así encabezaban la lucha, el gremio de los doctores y enfermeros(as) a la par, sin dejar de mencionar la lucha estudiantil y su trágico desenlace en los sesentas y setentas. La privatización y el adelgazamiento del Estado cobró vida para renunciar poco a poco a sus obligaciones inherentes.

Actualmente la convulsión social no es distinta: tenemos en el norte de México protestas generalizadas en el valle de San Quintín por la protección de derechos para los trabajadores agrícolas pero principalmente por los abusos a que han sido sometidos; en Guerrero, Michoacán y Chiapas las manifestaciones que han paralizado a la falsa reforma educativa y que paulatinamente se extiende en otras entidades del país como Jalisco, Tamaulipas, Colima, entre otros estados de la República; tenemos estudiantes universitarios que muestran su rechazo tajante a la clase política gobernante, como lo apreciamos en el proceso electoral de junio 2015; recordemos Ayotzinapa y los 43 desaparecidos desde hace casi un año; o la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora, Tlatlaya…, recordemos al EZLN, las guerrillas y las autodefensas, por mencionar sólo algunos ejemplos del desastre nacional. Todos estos casos mantienen un origen en común: que se han levantado por los altísimos niveles de corrupción e impunidad, por la injusticia que nos oprime por quienes deberían honrar a su pueblo. Ese parece ser el sello de nuestro presente, ¿lo será de nuestro futuro?

Empero, todos los grupos sociales que al día de hoy se manifiestan y toman conciencia de la lucha social en pro de sus derechos y de los suyos, traducen su esfuerzo en condiciones admirables de logro, sin embargo no es lo único que hay que hacer. Las circunstancias actuales en que viven estos muchos Méxicos nos hacen pensar que los resultados de la lucha social y magisterial no vendrán únicamente por la vía de la protesta generalizada, de las manifestaciones pacíficas o violentas, de la toma de edificios y carreteras y en concreto mediante la toma y paralización de calles, plazas públicas y avenidas completas. Esta ya no es la manera, porque la ‘modernización’ del mexicano y los innumerables distractores que nos rodean, impiden atesorar la sola posibilidad de que así sea, ojalá me equivoque. El país se empieza a poner incómodo.

El movimiento magisterial disidente de México bien puede ser muy dinámico, muy firme en sus decisiones, puede incluso estar bien organizado para concretar los llamados a la acción, y puede también ser altamente combativo al grado de doblegar momentáneamente al gobierno y al Estado en su conjunto, sin embargo la forma más efectiva de traducir sus demandas con éxito es la lucha política, porque la conquista de los derechos naturales del hombre encuentra siempre su materialización en esta arena, la arena política, sea a través de un lineamiento escrito, un reglamento, ley o la misma constitución. Si el magisterio nacional a través del sindicato más grande y más extenso de América Latina (sea oficial o disidente), no cuenta con representación en los órganos legislativos clave como lo es en los congresos estatales, o en el más importante, entre los curules del Congreso de la Unión y a través de sus dos cámaras, difícilmente ganarán la guerra. Podrán sin titubeos ganar algunas batallas, pero jamás la madre de estas. Si la negociación a través de los muchos partidos políticos actuales no es favorable a las demandas magisteriales, tendrá que perseguirse el objetivo de la representación a través de la participación política-electoral activa y constante de los mismos maestros en el orden municipal, estatal y federal. Sólo de esta manera las negociaciones y acuerdos pueden ser más provechosas y menos infructuosas.

Cuando el Estado a través del gobierno federal, hoy encabezado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), por el viejo régimen, por aquellos personajes y organizaciones satélites que cogobiernan (o mal gobiernan) México en función de la lógica del dinero, la corrupción e impunidad, se cansen de desprestigiar al movimiento magisterial, que actualmente es uno de los más notables a nivel nacional (para bien a través de sus manifestaciones y para mal por medio de los multimedios masivos de comunicación), de propagar y de hacer creer la falaz idea de que la reforma educativa en verdad persigue los intereses genuinos de todo ciudadano a través de la “calidad educativa”, cuando esto suceda el Estado asumirá sin pensarlo ya dos veces el uso de la fuerza y la violencia como la única vía para imponer su absoluta autoridad. Así aplastará a uno de los sindicatos otrora más poderosos de México. Con prebendas, transferencias de recursos a los líderes charros, dádivas de todo tipo, así es como puede paliarse y evitar que la fuerza pública y la violencia exterminen al magisterio disidente. Todo pasará, aplastarán al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), como lo hicieron con los sindicalistas de Luz y Fuerza del Centro (LyFC). El silencio irá tomando el lugar al que está destinado en esta historia, así como ha ocurrido desde la implantación de las reformas neoliberales desde la década de 1970 y con más fuerza desde 1980 y 1990 con la llegada del tecnócrata priísta Carlos Salinas de Gortari, el hombre que quiso ser rey, en clara alusión al documental del mismo nombre.

Desafortunadamente, la verticalidad del grupo de los quinientos en el Congreso de la Unión (léanse diputados y senadores), se representan a sí mismos, a sus intereses y a sus fuerzas partidistas, en segundo y tercer lugar a ellos mismos. Sus reformas estructurales no dejan de ser light para los imperiosos menesteres de la nación toda, en verdad no parece que legislen con la meta de remover y transformar los fundamentos profundos de un país lleno de historia y grandeza. Hoy por hoy se viene echando a perder el conjunto de logros que nacieron con la Revolución Mexicana; perdimos la brújula, erramos en el camino; le dejamos la tarea a la mano invisible, al libre mercado; nos conformamos con la esperanza, con esos sueños que nunca llegan. El mexicano continua haciendo sacrificios, trabajamos más que cualquier país miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y por si fuera pecata minuta: somos los peor pagados.

México es hoy uno de los países con el mayor número de tratados de libre comercio, nuestra economía es la doceava o treceava más importante del orbe, somos un extraordinario país exportador; tristemente la riqueza se concentra en los estratos sociales más altos, lo que ha acrecentado la desigualdad social y disparidad económica. La movilidad social, aquí, es una quimera. Seguimos siendo un país subdesarrollado, en eso nos hemos especializado, somos una de las grandes maquilas del mundo (¿casi?) sin tecnología propia y sede de grandes transnacionales que manufacturan los productos que generan riqueza y prosperidad mas no para los mexicanos. El salario se achica constantemente, perdemos poder adquisitivo como desde hace más de 30 años, el bienestar se esfuma, sólo es para unos cuantos. El número de pobres aumenta día con día, los salarios no crecen más que 2 o 3 centavos de dólar por año. Vivimos todo el tiempo sacrificados, con la bota del capital sobre el cuello. Nuestros políticos quieren que el país crezca, nos dicen que debemos ser más competitivos, educarnos, aprender inglés, ser ingenieros, tecnificar nuestro conocimiento, que sólo así crecerá el país, entre tanto México no crece y continuamos cada día peor. Las oportunidades de prosperidad escasean. ¿De qué ha valido todo cuando nos han vendido y engañado siempre? Hemos perdido la dignidad.

El Estado mexicano ha sido condescendiente con el SNTE y con el magisterio disidente, al primero lo han dejado ser, al segundo le han permitido crecer, esparcirse, movilizarse. Aún no es el tiempo de desaparecer de un plumazo al sindicato magisterial, todavía sirve de algo para el gobierno, ya no para los casi dos millones de maestros a los que se les descuentan de sus quincenas las aportaciones económicas para gestiones sindicales que me pregunto hasta dónde tienen razón de ser. El sindicato aún sirve de algo para el gobierno, de muy poco o casi nada a los maestros. Es probable que a muchos docentes les gustaría la idea de no tener un sindicato fuerte o inclusive de no tenerlo como ocurre en entidades del vecino Estados Unidos (donde el salario mensual promedio oscila los 4-5 mil dólares); a cambio de que el Estado apreciara más el papel del docente, lo dignificara e incluso lo consintiera dada la trascendencia de éste gremio en la vida de los ciudadanos. No obstante, el gobierno parece no apreciar el valor del maestro al frente de la educación, quizá así conviene mantener la realidad con individuos con poca educación y sin criterio propio para juzgar cuando algo está bien o mal, así ha convenido por muchos años y décadas, un pueblo pobre y un gobierno rico.

Nos quejamos mucho, participamos poco. Tenemos poca o nula conciencia cívica. Hablamos mucho de nuestros derechos, poco de nuestras responsabilidades, casi nada de nuestras obligaciones. Esa es la realidad. Exigimos mucho de dientes para afuera, nos comprometemos muy poco.

Resulta así decepcionante sabernos dirigidos por una clase gobernante que no tiene clase, y sí una visión cortoplacista de las circunstancias en que vivimos. La burguesía de este país no se rebela contra el poder, porque mantiene las componendas muy bien atadas. No le conviene echar por la borda el maridaje en esta travesía egoísta, ególatra y egocéntrica que ha tejido con el tiempo. Allá los de abajo que se arreglen con su suerte. Las migajas del burgués insensible caen a la base de la pirámide; cada día es más difícil sobrevivir, porque así no se vive. El Estado se ha vuelto irresponsable con sus ciudadanos, rehúye a sus deberes y deberíamos discutir el replanteamiento del Estado en nuestros tiempos.

Es difícil pronosticar el destino de una nación como esta, pero sí es de afirmarse que sólo un liderazgo fuerte y acompañado de un auténtico proyecto de nación y Estado, harán posible el giro de 180 grados que requiere a gritos desesperados nuestro territorio. Un liderazgo fuerte es capaz de movilizar a las grandes masas y despertar las conciencias, porque jugar a ser pequeño no sirve al mundo.

Los maestros de México han de estar unidos y actuar con base en las legítimas demandas de sus agremiados. Es impensable no diversificar sus formas de acción en esta lucha, las marchas son una opción; la violencia es otra de ellas; el cabildeo constante con aquellos proyectos progresistas y no progresistas es igualmente urgente; la formación y encumbramiento de nuevos líderes magisteriales es otra vía prometedora; la rápida y oportuna instrucción y movilización de alumnos y padres de familia es prioritaria, pues de qué lado está el pueblo si no es del de sus hijos y su futuro mismo. La cohesión social es fundamental ante estas circunstancias. Llegó el momento de las asambleas magisteriales disidentes, es la hora del primer Congreso Internacional Magisterial, porque el Estado no debe rehuir a su obligatoriedad en la materia, como sí lo ha hecho y ha abandonado otras tareas.


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